Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
688 admiradores suyos vieran en sus simpatías monárquicas una señal de su amplitud transhistórica. Augusto d’Halmar señala en Bello un ami- go de Carlos V, un sabio humanista de su pequeña corte en Yuste, porque ambos habían percibido lo universal, la humildad y el valor de la lengua. En tal sentido, los escritores libres —o sea, no guardianes declarados de la república— fueron más abiertos. Sobre esa extensión de Bello trata esta sección final. En cierto sen- tido, ya he adelantado mucho. Todos los comentarios sobre Bello, su vida y obra, todos esos insertos de los Amunátegui, Barros Arana, el mismo Edwards Bello, Pedro Lira Urquieta y tantos otros, han buscado preparar esta sección final, que bien puede ser considerada un anexo. De Goethe dijo Nietzsche que había carecido de consecuencias. Sa- franski niega la realidad de esa afirmación. De Bello pueden decirse ambas cosas, pero no que en su madurez haya hecho estallar todas las convenciones, al modo de Mefistófeles, 20 como dice Safranski de Goethe. Aunque de vez en vez recuperó la inspiración poética e inva- riablemente protegió la disidencia de los jóvenes, 21 Bello se hizo cada vez más grave y silencioso. Ni sus obras literarias juveniles ni las ma- duras causaron “más muertes que Napoleón” (como dijera Madame de Staël del Werther de Goethe). Anotaciones veraniegas, rescatadas por Edwards Bello, lo muestran en una vejez cansada y tediosa. Mien- tras, cual San Agustín, Goethe siempre estuvo anotándose a sí mismo, llegando a puntear detalles insignificantes en sus diarios, 22 y tuvo al- rededor a otros copistas magníficos como Eckermann, los datos bio- gráficos a Bello le fueron arrancados casi bajo engaño, a la medida de conversaciones más o menos casuales que sostuvo con los hermanos Amunátegui, autores del ardid. Sabemos, también que la creación poética suya fue apagándo- se con el tiempo y que él parece haber renunciado a ella, aunque los hechos demuestran que no enteramente. El arte y la ciencia no 20 Safranski ( 2015 , pp. 21 - 2 ). 21 Subercaseaux ( 1997 , p. 45 ), describe así esta fórmula: “Fue el puente que permi- tió a los jóvenes mimetizar los ímpetus liberales, asegurando así, en un contexto que exigía el repliegue, la circulación y supervivencia de tales ideas”. 22 Ver Holm-Hadulla ( 2011 ).
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