Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
687 reinterpretar a bello Para estos efectos, hay que aclarar que el carácter oficial de Bello pesó mucho, ahogó a la figura, lo alejó de varios que, por temperamento, eran sus hijos putativos. Esto confundió las cosas. Podemos notarlo en el ya referido episodio monárquico, que tantos silencios y murmu- raciones trajo consigo. El lado monárquico de Bello fue negado y recontranegado por sus discípulos republicanos del siglo XIX. Miguel Luis Amunátegui escarbó y reunió toda suerte de pruebas para negarlo; su hijo, Do- mingo —que como veremos tenía aires de otro pelo—, contradijo al padre aceptando que Bello había simpatizado con la oscuridad, e hizo publicar la carta terrible que ya estaba en conocimiento de los co- lombianos desde hace tiempo, pero que en Chile estaba censurada. Incluso en los años cuarenta del siglo XX, Pedro Lira Urquieta, que se refirió ampliamente a la querella, se allanó apenas a reconocer la ho- rrible faz monárquica, y opuso el siguiente inciso en su Andrés Bello : “Desde que Bello arriba a nuestras playas habla, escribe y se conduce como un perfecto republicano. Sus veleidades monárquicas de Lon- dres parece haberlas olvidado”. 18 Y, páginas después, vuelve a aclarar el punto por si hiciera falta: “Tuvo sentimientos monárquicos, pero en Caracas y en Londres, no en Chile”. 19 En general, lo que se dio en llamar “bellismo” instaló una suerte de melifluo culto a la personalidad de Bello. Ese es el Bello nacional y re- publicano, también americanista, el Bello epónimo de sí mismo y de todo un estilo legal y continental, que tensiona los conceptos de au- toría romántica; la figura que permite que se le atribuyan escrituras impersonales, como las que el historiador Guillermo Feliú Cruz le asig- nó revisando concienzudamente los mensajes presidenciales de Prieto, Bulnes y Montt, que conformaron el decimonoveno tomo de las Obras Completas publicadas en Caracas, en la década de los 80 del siglo XX. Bello era casi un padre fundador americano, no podía exhibir li- gaduras execrables, pero el paso del tiempo hizo también que otros 18 Lira Urquieta ( 1948 , p. 151 ). 19 Ibid. , p. 111 .
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