Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
666 arreglado para hacer descender a sus católicos emperadores desde su primera vertiente en la dinastía Julio-Claudia. Los pensadores medie- vales se volvieron expertos en dibujar soluciones de continuidad, y a pesar que mejor les hubiese ido con las genealogías dinásticas egip- cias, hacían todo lo que podían con las romanas, que para ellos eran las únicas dignas de Cristo. La modernidad, en cambio, lejos de deshacerse por las continuida- des, hizo gradualmente de las discontinuidades un hecho necesario. Las perturbaciones de aquello que parecía lozano adquirieron interés ontológico. El caso del descubrimiento de Neptuno nos ilustra una for- ma de entender el mundo, porque es precisamente un caso en que la observación ha hecho posible la teoría, y a su vez, la teoría ha facilitado la observación. Del mismo modo como esa perturbación en la prevista órbita de Urano hizo pensar a un par de astrónomos ingeniosos en la posibilidad de un “algo” —todo un nuevo planeta—, Bello estaría atento a aquellas imprevistas alteraciones de lo asentado que permitían rede- finir los mapas. Algo así ocurriría con su concepto de uso que le fue tan útil para reconstruir en castellano el arruinado sistema de casos latinos hasta donde le fue posible: porque, a fin de cuentas, los sistemas grama- ticales anteriores estaban permanentemente chocando con los hechos lingüísticos que pretendían modelar. Así, de entre los medievales es- combros del arruinado sistema de casos imperial latino se había alzado una explicación, una gramática castellana. ¿Pero, qué hubiese sido de esa ruina de no habérsela nombrado como tal? En muchos de los escritos de Bello se observa un desencanto. Pero, por decirlo así, ese desencanto no es una nostalgia de pasados áuri- cos. En efecto, ve a la historia como una ruina y no cree que se pueda regresar atrás, ni que eso sea siquiera un deseo inalcanzable. Precisa- mente porque ya no cree en la naturaleza pragmática del latín, recurre al castellano para hacer como si un latín fuera. Pero nunca los con- funde. El lenguaje en Bello es parte del estilo. Existe una exigencia de precisión, de fineza del léxico, de mejor versión, pero no imposición. No es una obra de museo, es una obra viva. Obviamente, “algunas de aquellas flores se han marchitado”, 563 escribe Amado Alonso, y es en 563 Bello (Vol. IX, p. VIII).
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