Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

661 aquellas sociedades han empezado a introducirse entre nosotros y ya he probado el amargo fruto de sus inspiraciones […] que son el mal que aflige a los pueblos civilizados”. Finalmente, una y otra vez insiste en que ha gobernado según la ley: La ley ha sido la norma a que he arreglado mi conducto desde que fui llamado a regir la República. Ambiciono seguir fiel a esa norma y muy particularmente en épocas como la presente en que las pa- siones se exaltan y se juzga con espíritu prevenido la marcha de la administración. [En esta época el Gobierno] hará que las leyes sean fielmente observadas y que la libertad del sufragio, bajo el amparo de esas leyes, sea respetada. 555 Y entonces invoca “la acostumbrada cordura” de la nación para elegir “al primer magistrado de la República”. ¿A qué o quién se refería? ¿A la figura del presidente como “primer magistrado” (no “primer man- datario”), es decir, primer juez, o a Manuel Montt, entonces “primer magistrado”, es decir, presidente de la Corte Suprema? La retórica del Derecho empapa el último mensaje de Bulnes antes de “descender” a la vida mortal. Todos los mensajes presidenciales redactados por Bello hacen una referencia breve o extensa a este gobierno de la ley escrita, y no a meros principios de justicia, a entelequias de la filosofía ilustrada o a sentidos trascendentales (menciona sí al “Hacedor Supremo”). Para la llamada “Revolución de 1859 ”, las palabras adquieren un tono más sombrío. En el Mensaje a las cámaras de ese año, dice Bello, ahora con Manuel Montt: La creciente prosperidad de la República, el desarrollo de sus ele- mentos de bienestar y de riqueza, han sido seriamente perturbados en el año que acaba de transcurrir. Contra la marcha de progreso prudente que hemos segido de tiempo atrás con paso firme y segu- ro y conocidas ventajas, y cuyo impulso y fomento ha sido el objeto constante de mi administración, se han invocado a la vez las doctri- nas exageradas, ya de un radicalismo incompatible con el presente 555 Ibid ., p. 242 .

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