Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
656 revoluciones son el producto de una idea moral, de una razon, de la lógica, de un sentimiento, de una aspiracion aunque sea ciega y sorda, inicia un órden mejor de gobierno, de sociedad, de una sed de desarrollo, perfeccion en las relaciones de los ciudadanos entre si, de la nacion con las demas naciones; si son un ideal elevado en vez de ser una pasion abyecta tales revoluciones muestran aun en sus catástrofes, en sus pasajeros estravios, una fuerza, una juven- tud, una vida que prometen largos, gloriosos períodos de engran- decimiento á las razas. Tal fue, pues, el carácter de la revolucion francesa de 1780 , tal es asimismo el de la de 1848 . 546 Sabemos que el libro de Lamartine, publicado en 1849 , estaba en la bi- blioteca de Bello. Podríamos decir que Bello habría coincidido con su autor en una idea clave: en la época de las primeras revoluciones so- ciales y políticas, Lamartine afirma que estas solo valen en cuanto se basan en la virtud y persiguen objetos virtuosos. Lamartine y Bello “ra- lean” el almácigo de la revolución. En él muchas veces hay de sobra y, cuando hay demasiado, es que no se trata de una buena revolución. La revolución no es una hecatombe, según ellos, que impone sus propias reglas, sus propias virtudes. Tal revolución no puede ser , porque si vale como revolución, ella siempre reajusta el mundo a unas formas ideales perennes legadas por el mundo clásico o por la historia; es decir, la re- volución en que ellos creen es la de una re-forma, un regreso, una rec- tificación o un acceso a ciertas formas pasadas o utópicas clásicas. No conocen de revoluciones que sean deseables en un sentido absoluto. Es posible que al imitar “Los duendes” de Victor Hugo—publicada en El Progreso , el 19 de julio de 1843 y que los Amunátegui llamaron “una imitación remotísima”—, 547 Bello haya querido referirse al alboroto de los levantamientos, las revoluciones, las guerras civiles. Eso parece in- dicar la escena en que entra raudo en la casa y echa llave a la puerta: A casa me recojo; echemos el cerrojo. 546 Lamartine ( 1849 , pp. 8 - 9 ). 547 Gregorio Víctor y Miguel Luis Amunátegui ( 1861 , p. 210 ).
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