Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
655 tantos sueños famosos; como aquella estatua del monarca de la Asiria, que de oro, plata y bronce fabricada se sustentaba en flacos pies de arcilla; y desprendida de una cumbre apenas el tosco barro hirió menuda guija, se estremece el coloso, y desplomado cubre en torno la tierra de rüinas. 544 Ante la revolución hubo una postura neoclásica muy favorable. Ro- bespierre era un neoclásico, sin duda. Sus referencias son romanas; sus lecturas, cornelianas. El romanticismo, en sus variantes francesa, alemana, italiana o inglesa, asumió distintas posturas ante la revolu- ción. Por eso, y siendo gruesos, hubo un romanticismo progresista (si se permite la palabra) y uno más bien reaccionario, que incluso podríamos llamar obstinado. En rigor, como explica Hugh Honour, románticos como Schelling, Goya o Novalis fueron contrarios a la su- perstición, pero también a la superficialidad, 545 y es que ambos motes se parecen no solo en sus prefijos. ¿Y cómo valora el romanticismo la revolución de 1848 , esa que está ocurriendo entre las ruinas del viejo orden europeo, mientras Egaña se refiere al trabajo humano y a su jardín? Para eso es bueno leer al traducido Lamartine: [E]l carácter de estas crisis [dice Lamartine] es considerar cuál es el elemento que domina en una revolucion. Si las revoluciones son el producto de un vicio de una personalidad, de los crimenes del engrandecimiento esclusivo de un hombre, de una ambicion individual nacional, de una rivalidad de reinar entre dos dinastías, de una sed de conquista de sangre aun dé gloria injusta en la na- ción, sobre todo de un odio entre las diversas clases de ciudadanos, tales revoluciones son preludios de decadencia, de descomposi- cion, de muerte en una raza humana. Pero por el contrario, si las 544 “La luz”, vv. 75 - 84 , en Bello (Vol. I, pp. 83 - 4 ). 545 Honour ( 2007 , p. 291 ).
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