Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
646 Ambos tenían en común el haber nacido el mismo año y el que eran oriundos de capitanías generales del viejo imperio. José Antonio Pin- to, amigo de Bello, repatrió los restos de los Carrera, pero recuerda Luis Bocaz que bajo el gobierno de O’Higgins es que fue contactado Bello para servir al gobierno chileno. Dice: “Doña Javiera había re- presentado en Santiago el pensamiento más radicalizado de la “patria vieja” del que Bello se mantuvo a prudente distancia en Caracas”. 524 Esa mujer de la Patria Vieja tenía algo de ruina llameante. Pertenecía a la guerra o, mejor dicho, a la revolución. Por entonces, aún la historio- grafía no había hecho de estos seres los personajes heroicos y román- ticos que serían más tarde. Aún había asuntos pendientes, silencios, calumnias y, como en La Araucana, la sangre todavía pintaba de un solo color los paisajes. Pensemos que, como Bello se había retirado de Caracas en 1810 y no regresado nunca más, solamente llegaban a él las noticias por carta o por periódicos, con lo que dejó de crecer junto con Caracas y no pudo percibir en propia carne los cambios. Álamo, después de tratarlo de “vidrioso”, le dice en una carta que “más o menos los hombres más notables de la revolución han sido calumniados”, 525 aunque Bello, como toda víctima, creía ser el único. Pensemos, además, que Bello educó a la generación lectora de Wal- ter Scott, de Victor Hugo, de Lamartine y Chateaubriand, la misma generación que inmortalizó a los personajes entre los cuales figuraba doña Javiera. Por entonces, era Javiera Carrera un espectro de la victoria y del fracaso. Ella había participado de las revoluciones que Bello cantó desde Londres, pero de las cuales él no participó activamente. Las dalias son también aquí fundamentales; se trata de una especie trasplantada. Trasplantada como el mismo Bello, habría que agregar: una especie advenediza, que había que saber aclimatar, cuidar, si se buscaba que sobreviviera. Como una de esas plantas trasplantadas a Chile, Bello recibió los cuidados de otro “jardinero”: Francisco Anto- nio Pinto. Y Bello, al parecer, agradeció estos cuidados que se le pro- digaron con un poema que dedica a Enriqueta Pinto, la hija, en 1841 : 524 Bocaz ( 2000 , p. 139 ). 525 Citado en Vargas Bello ( 1982 , p. 9 ).
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