Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
617 se imponía por el efecto. Esa pluma exenta de “divismo” se refería a asuntos puntuales, como los señalados en sus “Advertencias para el uso de la lengua castellana, dirigidas a los padres de familia, profeso- res de los colegios y maestros de escuela”, de 1834 . Decirlo así parece liviano. La divulgación hoy tiene un aire de su- perficialidad. Por ello, hay que agregar que Bello es un divulgador de la profundidad de las cosas; es, en estricto rigor, un “propalador”, o sea un divulgador de cuestiones ocultas al común de la gente. Y, cla- ro, la profundidad hace pensar en lo entreverado, oscuro, sumergido, incluso en lo incognoscible. Pues bien, digamos entonces que Bello es un divulgador de la clarificación de la profundidad. Estas tres pala- bras, así, dispuestas entre sí, “divulgador”, “claridad” y “profundidad”, todavía requieren de la base epistemológica propia de Bello. Y esto es complejo, pues el eclecticismo de Bello, su síntesis a flor de labios, su tendencia a enfatizar este o aquel aspecto, dependiendo del audito- rio, hace difícil designar desde dónde observa, desde qué perspectiva cognoscitiva propone. Y entonces es cuando la actitud goetheana re- sulta iluminadora. Debemos de hacer otro paréntesis. Se ha caracterizado la epistemo- logía goetheana como una especie de fenomenología que, aunque no niega, previene contra la visión científica —digámoslo: metafísica— que niega la realidad cotidiana para reducirla a las ocultas apariciones que observa. Nuestra realidad cotidiana sería una apariencia a la cual desmiente la realidad particularísima que describe cada ciencia según su objeto de estudio. Goethe avisó que nuestra existencia no debía desaparecer para nosotros ante la verdad de las ciencias particulares. Esta preservación goetheana de la existencia es una fenomenología porque es, en suma, una dignificación filosófica de aquello que se nos presenta. Y este es el territorio de la divulgación, que es la manera por la cual los seres humanos tomamos conocimiento de la especiali- zación sin abandonar el planeta común. Bello es, en ese sentido, un agente de lo común. Su manera de per- cibir y actuar es la de la fenomenología de la divulgación. Las opinio- nes de los grandes lectores de Bello —a quienes recurrimos tanto— tienden a confluir. Menéndez y Pelayo dijo de Bello que “[Su] prosa no es brillante, ni muy trabajada, pero es modelo de sensatez, cordura
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