Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
615 Bolívar, Metternich y Goethe, pero su sincronía es periférica. En la especialidad de la historia, Bello vive dos etapas atlánticas y una del Pacífico, pero ninguna mediterránea ni báltica. Si —como dice Hegel— la civilización pasó de desarrollarse en torno al mar Mediterráneo, a desarrollarse en el Báltico ya en su tiempo, será también el Atlántico, especialmente en las rutas que unen a la península ibérica y las Indias, primero, y a Inglaterra y Norteamérica, después. Por estas rutas no solamente se mueve el comercio, se mueven también los libros, la literatura, la filosofía, los productos de ese monumento móvil de la divulgación que fue la imprenta. La ruta entre Europa y Venezuela es mil veces más ex- pedita que la ruta que une a Europa y Valparaíso. El cabo de Hor- nos —el canal de Panamá no existía— era una especie de agujero negro. Para todos los efectos, Venezuela estaba al frente de Europa. El Atlántico estaba surcado de embarcaciones; a su lado, el Pacífico era una galaxia mayor escondida detrás de trampas y ratoneras. Estaba menos explorado, salpicado de archipiélagos, islas, islotes, pero las cimas de muchas de esas montañas oceánicas estaban deshabitadas. En su tercer periodo, el más fructífero, el mítico, el chileno, Bello se instaló en el reverso de los paisajes oficiales, se afincó en un patio trasero al que difícilmente los señores del mundo se asomaban. Tras el Atlántico, tras la Amazonía, tras la oceánica Los Andes, Bello ni siquiera quedó mirando al abierto Pacífico, quedó mirando el río Mapocho, como atascado en un estrecho que, sin embargo, se las arregló para dilatar. Sincronizado con su época, Andrés Bello sería, en estos términos, uno de los primeros representantes de la historia en la orilla sur del Pacífico. Esta inconsciente embajada de la historia hegeliana nos ha- bla del lento posicionamiento de la cuenca del Pacífico a la par de los desplazamientos del espíritu histórico en la geografía planetaria. El espíritu histórico que nace en el Mediterráneo, sube al Báltico y se derrama por el Atlántico, llega de algún modo al océano más natural, menos histórico. Hoy, ante la potencia de China, la densa costa oeste de Estados Unidos, la primacía de Japón, la espalda fuerte de Rusia, la balsa australiana y las naciones latinoamericanas que dan a ese océa- no, Hegel no dudaría en decir que el espíritu vaga entres los atolones.
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