Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

614 La abreviatura es un atajo que —se cree— deja incólume el camino largo. Sin embargo, el uso de este atajo hace desaparecer el camino largo. La abreviatura, al comprimir la narración, la trata como si la narración fuese un desglose excesivo, suprimible. La abreviatura no divulga, no se despliega, es una esfera cuya superficie espejada es in- terior. Bello no abrevia, por eso es un divulgador. Es precisamente, como decía, el espíritu de un divulgador; y es también el del representante de una época, no el adelantando de una postrera. Adelantado fue Francisco Bilbao; Bello no lo era. No era el individuo genial e incomprendido que lleva una existencia marginal a los recintos de su espacio y tiempo. Bello era señor y centro de su territorio presente, o al menos llegó a serlo en Chile. Tal vez su timi- dez, unida al propósito de influir en sus contemporáneos, y no pres- tidigitar la mera admiración de seres futuros, determinó esta manera casi inmanente de participación. Esto no significa que Bello haya sido indiferente al curso futuro de los acontecimientos. Sí que proyectaba el futuro; sus actividades intelectuales eran para él gérmenes del por- venir. No era de ningún modo un conformista. De todos modos, la época de los adelantados del siglo XIX —“de los profetas”, dice Bénichou— fue extraña: como en ningún otro siglo an- terior convivieron a partir de entonces, cual en universos paralelos y a veces incluso revueltos, personas que encarnaron su época y perso- najes que fueron anónimos en su tiempo, pero que serían espíritus de una época posterior. El primer caso, el de Napoleón, el de Metternich, Bolívar, Hugo, Byron, Goethe, Verdi; el segundo caso es el de Bizet, el de Bloy, Rimbaud, los impresionistas, el de los hermanos Schlegel, Baudelaire, Jane Austen y Karl Marx. Todos los miembros del segun- do grupo no lograron el protagonismo epocal de los primeros, pero a partir de sus respectivas apariciones se hicieron cada vez más inmen- sos, al punto que sus almas siguieron naciendo póstumamente. Bello —a la medida de las nuevas repúblicas— pertenece al primer grupo, y no deja de aparecer luminoso entre sus coetáneos como entre los postreros. Su vida va sincronizada con la historia. Los personajes del segundo grupo no son meros antecedentes; son ejemplos de historias que comienzan mientras acontece aún la gran historia, esa que todos ven. Bello es el gran humanista americano de la época de Napoleón,

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