Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
61 Borges. 97 En Bello es central “la política de la letra”. 98 El gramócrata vindica además los textos oficiales. Bello predica una retórica de los documentos públicos, una retórica que permite gobernar el caos de los hechos vivenciados, que “hieren” —para ocupar otro de sus ver- bos favoritos en asuntos epistemológicos— la percepción de la reali- dad. Esa es la retórica gramócrata que busca en la narración histórica, atenta al detalle que le da vida, a la narración pero no al detalle de la vivencia personal. De este modo, comentando un trabajo historiográ- fico, destaca que fuera “tomando casi todas sus noticias en documen- tos oficiales, no se prestaba a los interesantes pormenores que suelen dar vida y calor a las relaciones de los que cuentan lo que vieron”. 99 Habrá, en cambio, otras letras más que, destinadas a sobrevivir, se- rán consumidas por la naturaleza, devueltas a los organismos. La do- cumentación administrativa generada por la propia mano del Doctor 97 Hay dos aspectos de Bello que contrastan con Jorge Luis Borges, quien compar- tía ciertos aspectos de mesura con aquel. El primero es el asunto de la escritura y la oralidad. Contra lo que pudiera pensarse, Borges no era un defensor de la escritura contra la oralidad. Imaginado en un paraíso propio que es, sin embar- go, una biblioteca inmensa, es contraintuitivo el hecho que Borges, como Platón, haya considerado la escritura y al libro mismo como una sombra de la verdadera literatura, que era oral. Borges fue más allá incluso del e Book : “No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser des- mesurados)” decía en la primera de cinco clases en la Universidad de Belgrano, editada en Borges ( 2011 ); y no se trata de una mera crítica al fetichismo. La clase comienza diciendo que el libro es el único instrumento humano que no es una extensión del cuerpo humano. Dice que “es una extensión de la memoria y la imaginación”. Continúa diciendo que los grandes autores fueron los orales y que la palabra escrita mató el espíritu, tal como dice la Biblia. Está claro que estamos ante un Borges contrario a la física literaria y no solamente al fetichismo biblió- filo. En cuanto a la biblioteca inmensa, aquí mismo cita y adhiere a la definición que George Bernard Shaw da de la Biblioteca de Alejandría en su César y Cleo- patra : “la memoria de la humanidad”. Nada más lejano a Bello cuya predilección por la escritura es tan rotunda que la oralidad apenas tiene mención. Su obra es la escritura misma, y sus preferencias, más allá de sus propios textos, son evidentes. Por ejemplo, cuando en el Código Civil entrega fuerza a todo documento escrito y se las quita a los testimonios hablados: en el artículo 1020 sobre el testamento no otorgado ante escribano, o ante un juez de letras, sino ante cinco testigos; el 1709 que señala que deben constar por escrito los actos o contratos que contienen la entrega o promesa de una cosa que valga más de dos unidades tributarias; y el artículo 1710 sobre la inadmisibilidad de la prueba de testigos. Y lo segundo. Dice Borges: “Un libro tiene que ir más allá de la intención de su autor. La intención del autor es una pobre cosa humana, falible, pero en el libro tiene que haber más”. Ver Borges ( 2011 , pp. 253 - 4 ). 98 Ver Ossandón Buljevic y Ruiz Schneider ( 2013 ). 99 “Memoria sobre la primera Escuadra Nacional. Presentada a la Universidad de Chile en la sesión solemne de 11 de octubre de 1844 por Don Antonio García Reyes”, en Bello (Vol. XXIII, p. 183 ).
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