Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

601 sabido conservar su riqueza y no lo habían dejado mutar a propósito de modas sociales. Si la clase alta comenzaba a darse cierta distinción, haciendo uso exclusivísimo a palabras que derruían el castellano rico a fin de incomunicarse (que es una forma de segregar), Bello devolvía el punto a la i. Si la juventud hacía apología de usos coprolálicos, imitaba dialectismos y la coa por abajismo o por enaltecer a sectores margina- dos que no sabían enriquecer, enseñándoles y, a su vez, aprendiendo de ellos, Bello otra vez lo devolvía. Lo suyo era una mejor lengua de la sabiduría, no de la clase. Pero la lengua nacía de la gente. • Si los pasajes de las salidas de Sarmiento contra Bello pueden resultar meramente anecdóticos, no lo fueron tanto ciertos desacuerdos como el de la reforma ortográfica, que ya hemos detallado anteriormente, y el tipo de razones que ofreció para sostenerla, por ejemplo, en lo que refería al analfabetismo. La capacidad de escribir era una herramienta potente inmediata. Centrar la alfabetización en la capacidad de escri- bir, y no tanto la de leer, era la prioridad para Sarmiento. La lectura, decía, se iría perfeccionando con el tiempo: Se ha definido otra vez la lectura como el arte de descifrar las palabras escritas; por el contrario la escritura es el arte de pintar las palabras con los caractéres alfabéticos; de manera que ántes de enseñar a leer á los que no saben, deben los que saben estar de acuerdo sobre la manera de representar en lo escrito los pensa- mientos que han de constituir la materia de la lectura; sobre este punto ni la razon está conforme con la práctica, ni esta práctica es uniforme y constante. 430 han repetido hasta el fastidio que los Pirineos no existen, desde Luis XIV hasta M. Guizot. Pero el hecho es que, países menos parecidos que los que separan estas montañas, no existen en la tierra. Pero ¿qué digo montañas? El Bidasoa de escasas aguas. A un extremo de un puente de madera, tiene usted la policía francesa, impertinente si se quiere, pero atenta; al opuesto, la española, que jura como lo hiciera un mahometano que tratara de injuriar la fe de Cristo”. Episto- lario II, en Bello (Vol. XXVI, p. 180 ). 430 Sarmiento ( 1843 , p. V).

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