Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
600 Gramática , y asimismo su actividad como educador y divulgador. No es que Bello subestimase el criterio del pueblo para darse una lengua: estimaba la capacidad de las distintas elites para corromperla, y en- tonces es que los sabios entraban en acción. Los sabios defendían al pueblo de las tonterías resultantes de la inac- ción de las elites, que no eran sabias, pero se creían con derechos a fasti- diar. Así, por ejemplo, Bello sostenía que los americanos en muchos ca- sos hablaban un castellano mejor que el de Castilla (región que a Carlos Bello Boyland parecerá de basurales y porquerizas), 429 porque habían 429 No podía ser peor la imagen de Castilla. Carlos Bello Boyland le escribe desde Madrid, el 5 de enero de 1849 . Su visión de Castilla es todo lo malo; se trata de un mundo posapocalíptico, que solamente, en sus antiguos monumentos, prue- ba su antigua gloria: “[…] estábamos en Castilla La Vieja. Ignoro si este reino o condado, tenía en el tiempo en que se le dio el epíteto, el aspecto que hoy; pero le viene perfectamente. Un terreno poco cultivado, desnudo de vegetación; muy de tarde en tarde algún árbol aislado y raquítico, como protestando contra la incuria y la ausencia de un compañero. Casas de un aspecto tan miserable, como el de sus moradores; muchos cochinos y algunas mulas, aquéllos en su estado natural de limpieza, y sus amos en uno que apenas le cede. Ya la capa llega a ser parte de cada individuo masculino, no la capa parda, tal cual yo me la figuro, sino color de yesca, en su mayor parte con remiendos de todos colores, o lo que es peor, de ninguno. En una palabra, tal es el aire de pobreza y de vejez que despiden hombres y cosas, que creo que como emblema debería, en vez del escudo, o encubriéndolo, ostentarse una de estas capas a la Rui Blas. Pero ‘Ya las gigantes torres que de Burgos/ sobre la Catedral se alzan y encumbran’ las tengo a la vista. Atravieso la plaza para no detenerme, y entro en el recinto santo y celebrado. ¡Qué monumento! ¡Cuántos florones, arcos y adornos! ¡Qué de riqueza!”. Epistolario II, en Bello (Vol. XXVI, p. 181 ). Y luego, le escribe des- de Sevilla, el 4 de mayo de 1849 , lugar que se parece mucho más agradable que Castilla, cuyas imágenes de porquerizas, de basurales, de niños que no juegan, de capas grises ve hasta en sueños: “[…] Escribo, como usted ve, desde Sevilla, donde he pasado un mes muy agradablemente. ¡Cuán poética es esta moru- na ciudad, cuán rica en recuerdos! Pero no quiero anticipar mis impresiones; […] Me puse en camino para Madrid. Atravesamos durante muchas horas un territorio árido, sin vegetación y sin accidentes, como dicen los franceses. No se veía un árbol: de cuando en cuando una triste aldea, unos pocos hombres a las puertas, embozados en esas capas antediluvianas, color de yesca; algunos chicos, que no jugaban; y muchos cerdos negros que gruñían al revolver con sus trompas alguna basura por la vigésima vez. Perdóneme Alfonso el Sabio; pero se me figuraban, al ver su ímproba tarea, alquimistas trasmigrados que buscaban la piedra filosofal. […] Pasamos por unas cuantas ciudades y aldeas, vi más capas y gran cantidad de cerdos […]”. Epistolario II, en Bello (Vol. XXVI, pp. 188 - 9 ). Y en sus sueños: “Fatigado se hallaba el cuerpo; tranquilo y satisfecho el ánimo, que había dado cima a mi empresa, era probable, era justo guardar una buena noche, un sueño sin sueños, de aquellos que restauran el cuerpo y refrescan el alma. Apenas cerrados los ojos, la imaginación juguetona, a impulsos del cerdo de marras, hizo una excursión por su cuenta. Me creí otra vez tumbado por esos malos caminos y escuchando los votos repetidos de conductores y zagales. ¡Sabe Dios cuántas leguas recorrí de un país estéril… en el mundo del dormido!” Epistolario II, en Bello (Vol. XXVI, p. 189 ). Y no se reduce a Castilla. En otra carta, fechada en Burdeos, el 10 de noviembre de 1848 , escribe: “[...] Todos me
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