Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
57 la opinión pública o ante el chismorreo que la funda. Pero, más que eso, el perfeccionamiento a que obligaba la imprenta erigía a las letras hacia el cielo de los otros y no las enraizaba más bajo el subsuelo de ese uno mismo que era el autor. Desde que aparece en Caracas por 1808 la máquina plumífera de la imprenta, Bello se hará con esta nue- va arma ilustrada para el resto de su vida, dedicándole buena parte de ella, desde los días de la Gazeta de Caracas , en Venezuela, a las décadas de El Araucano , en Chile. El autogobierno de la escritura en razón de la imprenta, trasladado entonces al gobierno de los otros, engendrará a un tipo especial de krata , uno que se expondrá al daño de la luz pública, y que desde esa conquista potenciará la fuerza de su consejo: el gramócrata. De aquí nacerá el buen gobierno de la gramática, el gobierno con arreglo a la fuerza del orden y la no menos fuerte acción del estilo que en parte se expresa en el uso de la lengua. El humanista chile- no Norberto Pinilla 89 puntualizaba —recordando las polémicas de 1842 en torno al léxico—, la correcta interpretación de las palabras de Buffon que le atribuyen esa idea brillante según la cual “el es- tilo es el hombre”. Descontado el aire frívolo de esta definición, y pensándola fríamente, puede decirse que Bello propuso un estilo, no rígido, sino que riguroso; sensible a la vez. Los chilenos lo incor- poraron prontamente. El celebrado gobierno del orden, en la cosa pública, en los modales y en el arte, apareja un desorden escondido, indigno, que se desarrolla en la máxima privacidad o en exabruptos indeseables y censurables a plena luz del día. El desorden público es una herejía condenada por moros y cristianos. El anárquico partido del desorden tiene miembros que apenas se atreven a confesar su militancia. Pero ese orden no es el orden de la violencia, el maltrato, el despotismo, las malas maneras. Es el orden del estilo, un estilo 89 Norberto Pinilla ( 1902 - 1946 ) fue un profesor, investigador bibliográfico y críti- co literario, como resume Szmulewicz ( 1991 , p. 310 ), que dedicó varios libros a la generación y a las polémicas literarias de 1842 (uno de ellos en colaboración con Manuel Rojas y Tomás Lago), esas mismas que Francisco Antonio Encina llamará superficiales. Asimismo, dedicó ensayos a la poesía de Carlos Pezoa Vé- liz y Gabriela Mistral. Su nombre es significativo porque fue uno de los literatos bajo cuya apreciación amplia aparecieron los puentes que unen a Bello con la gran poesía chilena del siglo XX.
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