Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

563 estilo ya pretérito. Aunque Bello quizá no hubiese reaccionado como el conservador Chateaubriand llamando a las cataratas del Niágara “sublime desorden”, 337 sí concebía un desorden sublime. Algo de ese orden hubo en su reacción ante la lectura de Los miserables de Víctor Hugo. Mal escrito, pero ineludible, parece también ser su reacción de simpatía frente a la juventud romántica que lo denostó a él mismo. En esto, el viejo Bello se aparta del venerable Goethe, mucho más decidi- do en su crepuscular opción antirromántica. La advertencia de Victor Hugo sobre la miseria de la implacable ley burguesa debió llegarle muy hondo a Bello. Recordemos que a estas alturas el Código Civil era un hecho. La historia de Jean Val- jean, que se hunde por su instinto de libertad y sentido común en el pantano del castigo legalista, era algo que no lo dejaría indiferente. Sus lágrimas son contrahechas. Importa saber con quién se identifi- caba Bello: si con Valjean, si con el inspector Javert o quizás con el obispo Myriel. mal de conservadores Pero estos laureles y reprobaciones a diestra y siniestra han confundi- do a los lectores de Bello. De uno y otro lado aparecen pruebas que en distintos momentos de su vida lo inclinan hacia los empolvados clási- cos o los melenudos románticos. Como suele ocurrir en el caso de Be- llo, las palabras del bisnieto —que tienen mucho de intuiciones— son especialmente iluminadoras. Joaquín Edwards Bello escribió: Lo esencial en Bello —poeta por vocación y sabiduría— es la abs- tracción de sí mismo. Las creaciones de los maestros antiguos eran sus mejores compañías. Procuraba imitarlas, a veces con di- ficultad y otras con maestría […] No podía deshacerse de las luces de sus maestros. 338 337 Chateaubriand ( 2006 , p. 309 ). 338 Edwards Bello ( 1965 , p. 36 ).

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