Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
557 El ambiente de la sociedad que se está industrializando, cuya atmós- fera cambia, dejando sobre las superficies una película de hollín, sig- nificará una primera transformación del mundo, perceptible para la yema de un dedo. La historia, que hasta ese momento se había desa- rrollado pese a la naturaleza, que era un juego —como diría Schiller—, propiamente humano, mientras la naturaleza, en el decir de Schopen- hauer, se “mantenía indiferente” ante ese juego, ya no será tal. Esa sociedad muscular, “de acero y seda” —como dijo Philipe Sollersa—, que era la del siglo XVIII, dará lugar a una nueva sociedad donde los músculos heredados del paleolítico, ejercitados en la acción humana y la tracción animal, comienzan a atrofiarse al extremo de requerir del gimnasio. Grandes máquinas, que parecen una extensión monstruosa de las posibilidades humanas, transforman las relaciones sociales, y así la historia. Por supuesto, parecen poco a poco transformar la apariencia de la naturaleza y luego, la naturaleza misma. Las palabras de Gabriel, y luego los tres arcángeles, del prólogo en el Cielo del Fausto de Goe- the, referidas a la naturaleza creada: “Obras tan excelsas e incomen- surables/ como el día primero siguen de admirables”, 321 se refieren a una naturaleza que todavía en tiempos del primer Fausto de Goethe parecía inconmensurable y, por lo mismo, inmutable. La naturaleza luce, para el siglo XVIII, todavía como en el día ini- cial: Dios acaba de crear el mundo. Las ruinas son históricas, huma- nas, no propiamente naturales. La naturaleza continúa primordial, esplendorosa y desdeñosa de los dolores humanos. La Revolución industrial —que es la mera antesala de la revolución tecnológica que, a su vez, incorpora la revolución del genoma— será sin duda un mo- mento en que la historia humana se apodera de la naturaleza, ambas líneas antes paralelas comienzan a trenzarse como en la gráfica del ADN, hasta confundirse sus hebras antiguas. Las palabras de ese ar- cángel de Goethe ya no tendrán sentido. Significarán la apreciación de una época todavía agrícola. La atmósfera de la Revolución industrial es un monstruo de con- tornos no delimitados. No es un monstruo delineado contra el cielo 321 Fausto , vv. 249 - 250 y 269 - 270 . Goethe ( 2010 , pp. 40 y 43 ).
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