Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
555 elementos típicos de la fantasía romántica byroniana de por entonces, específicamente Manfredo . Y es que, pese a la feroz llamada del cuerno romántico, los bellistas emprendían una especie de resistencia. Se trataba de una reacción si- milar en la que la consolidación de algunos triunfos de la vieja ciencia ilustrada es importante. Y es que, como segundo renacimiento de lo clásico —neorrenacimiento esta vez opuesto al barroco—, el clasicis- mo fue el culto a la definición, a la claridad, a la limpieza de formas, a cierta sobriedad natural. El clasicismo fue una manera de pensar al ser humano de la época de la tragedia francesa de Racine y Corneille y también de la Ilustración. Cuando Ingres dijo que el “dibujo es la honestidad en el arte”, de algún modo dibujó el espíritu neoclásico en el mundo de las palabras. Cuando la Fedra —de Racine—, al confesar su amor al joven Hipólito, le grita: “¡Ah! cruel, me has entendido de- masiado./ He dicho tanto para evitar tu error”, se estaba expresando el carácter explícito del lenguaje clásico. 314 Cuando, mucho después, Goethe en sus máximas científicas diga “vosotros no existiríais si la luz no os viese”, 315 mostraba la luminosidad decidida de la fenome- nología clasicista. Así también en el canto a la maravilla luminosa del mundo en Joseph Haydn, e incluso en la traducción personal que Be- llo hace de “La luz”, poema de Delille: Celebro ya la luz; a la luz rinda su homenaje primero el canto mío, a la sutil esencia peregrina que los cuerpos fomenta, alumbra, cala; que el verde tallo de la planta anima, su pureza vital conserva al aire, 314 Racine —de quien el adolescente Bello se atrevió a leer su Fedra en francés, con- siguiendo la censura de un sacerdote—, sería a la larga la cúspide del clasicismo francés, un anticuado para muchos románticos. Escribe Karl Vossler sobre Ra- cine, a propósito de su relación con los escritores clásicos: “Su relación con los clásicos era más que literaria, infantil y casi la que puede tenerse con el idioma materno. Ello explica que su idioma no suene nunca erudito o poco francés, ni si- quiera en aquellos pasajes donde recuerda casi literalmente a Eurípides, a Virgilio y a Séneca”. Vossler ( 1947 , p. 139 ). 315 Citado en Bujarin ( 1978 , p. 43 ).
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