Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

550 entender el neoclasicismo Si hubiera que pensar en una fundición de gramática y poesía, resulta que la palabra “neoclasicismo” es un territorio de debate. El neoclasi- cismo impartía esa idea según la cual la palabra “es el nombre exacto de las cosas”, como dirá Juan Ramón Jiménez. 296 Pero puede decirse, a su vez, que toda palabra fue antes una me- táfora, que en el origen era la metáfora. 297 Los estudios paleolingüís- ticos muestran esta poesía ingenua de la designación primitiva. La invención de la escritura corresponde a un momento histórico (ya no prehistórico) en que muchas de aquellas metáforas primitivas han quedado, por así decirlo, fosilizadas en esa piedra —ese registro fó- sil— que hoy llamamos “palabra” (más aún si está puesta por escrito). Las meras palabras, por correctas que sean, sólo llenarán páginas, se- rán ese cúmulo insoportable de palabras sobre palabras que aprisio- nan al Fausto de Goethe en su gabinete de estudio. Cuando Schelling o Eckermann dicen que la arquitectura es “música congelada” 298 no dicen sino que el mundo está en buena parte petrificado. Todas las palabras, así, parecen ir desempañando el escaparate del mundo. No obstante, el cristal que separa a este de los seres humanos continúa ahí: la gramática debe mantenerlo tan limpio como le sea posible. Por eso la gramática “neoclásica” hace pensar visualmente en Nicolas Poussin, en David, en Ingres, es decir, en los clasicistas franceses, maestros del dibujo, cuya tradición atravesó muchas escuelas y épocas. El romanticismo mirará con sospecha al “demonio de lo explíci- to”; en algunas de sus variantes, el romanticismo —según Schlegel, 296 El poema dice: “¡Intelijencia dame/ el nombre exacto de las cosas!/ ...Que mi palabra sea/ la cosa misma,/ creada por mi alma/ nuevamente./ Que por mí va- yan todos/ los que no las conocen, a las cosas;/ que por mí vayan todos/ los que ya las olvidan, a las cosas;/ que por mí vayan todos/ los mismos que las aman, a las cosas.../ ¡Intelijencia, dame/ el nombre exato, y tuyo,/ y suyo, y mío, de las cosas”. A propósito, ver el libro de Ramón Trujillo ( 2001 , p. 41 ). 297 También puede decirse —y se dice mucho— que toda palabra en el origen fue metonimia u otra de las figuras de contigüidad, en contraste con la analogía de la metáfora. El debate es amplísimo —y sorprendentemente airado— en semántica, teoría literaria, filosofía e historia de la lengua. Ahí estriba en buena parte el “con- tra la metafísica” de Derrida, por ejemplo. 298 Honour ( 2007 , p. 153 ).

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=