Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

534 determinado y estudiado, mercado (o un público) que él mismo iba creando. Y es preciso aclarar que ese público, además, no era el abstrac- to de los intelectuales progresistas; era más bien un público con nom- bres y apellidos (mientras menos elitista, mejor) que le era conocido y que requería este servicio. Estos destinatarios del artesano Bello son o los americanos hispanohablantes, o los estudiantes del Instituto Nacio- nal, o los ciudadanos chilenos inmersos en el mundo jurídico. Por eso, su poesía también va muriendo. Los autores neoclásicos, como dice Balzac, querían darse a entender a las cocineras. Pero los románticos llegan a despreciar al público (aunque muchas veces fueron los más seguidos por este), dicen crear sin atenderlo, sin adularlo. Es tiempo de recordar que he llegado hasta aquí a propósito de un comentario en torno al Cid . Ahora es momento de socorrer la filoso- fía que hay detrás. Bello además cree que el genio tiende al acuerdo de sus muchas apariciones, y que bajo la superficie dialéctica se esconde un núcleo sobrio. Él aspira a conectarse con esa realidad profunda, a no dejarse arrastrar por definiciones prematuras, a no hacer la guerra donde la polémica resulta de una distinción ociosa. Escribe ya en el periódico El Crepúsculo : Entre los problemas que se presentan al entendimiento en el exa- men de una materia tan ardua y grandiosa hay muchos sobre que todavía están discordes las varias escuelas. Bajo ninguna de ellas nos abanderizamos. Pero tal vez estudiando sus teorías encontrare- mos que su divergencia está más en la superficie que en el fondo; que reducida a su más simple expresión, no es difícil conciliarlas; y aunque, cuando la conciliación es imposible, podemos a lo menos ceñir el campo de las disputas a límites estrechos, que las hacen a cierto punto insignificantes: tal es el resultado al que aspiramos; resultado que nos parece no sólo el más conforme a la razón, sino el más honroso a la filosofía. Porque si fuese tan grande como pudiera pensar a primera vista la discordia de las más elevadas inteligencias sobre cuestiones en que cada escuela invoca el testimonio infalible de la conciencia, sería preciso decir que el alma humana carece de medios para conocerse a si misma, y que no hay ni puede haber filosofía. […]

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