Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
528 individualidad, en cuya sustancia ve reunirse elementos fundamenta- les que atañen a los géneros de la realidad, a la épica y a la historia, a la épica y a la lírica, a la velocidad del relato, a la psicología y la obje- tividad de los escenarios. Bello observa que aquello está más presente en la Edad Media que en la antigüedad griega remota. Por ejemplo, a propósito de Homero, la originalidad necesita ser discernida de la gramática. El estilo es así una manera un tanto exclusiva de gramática. Por lo tanto, para conocer el estilo que define la originalidad de un escritor o de una escuela poética, Bello insiste sobre la necesidad de fuentes que permitan ver qué hay de común y qué de especial. Las afirmaciones del poeta José Mamerto Gómez Hermosilla ( 1771 - 1837 ) sobre Homero, en un libro póstumo aparecido en 1841 — Juicio crítico de los principales poetas españoles de la última era— parecen sacarlo de las casillas. A Bello todo lo que se diga sobre Homero es por obli- gación ligero, aun cuando esas afirmaciones favorezcan ideas con las que simpatiza: Homero, dice [Hermosilla], jamás se permitió quebrantar las re- glas gramaticales que el uso tenía ya sancionadas. ¿Cómo puede nadie saberlo en el día? ¿Tenemos medios para comparar el lengua- je de Homero con el de la edad y el país en que salieron a luz sus poemas? Todo lo que sabemos de la lengua en que Homero poetizó, se reduce a las observaciones que filólogos de tiempos muy poste- riores han hecho sobre las mismas obras que se le atribuyen. Se da por supuesto que en él todo es correcto y perfecto; se juzga de lo que pudo y debió decir por lo que dijo; se aplican las voces y frases de la Ilíada y la Odisea los cánones gramaticales deducidos del len- guaje de la Ilíada y de la Odisea, es imposible que no las hallemos gramaticalmente correctas. Pero prescindiendo de la oscuridad en que se hallan envueltas muchas cuestiones relativas a la edad de Homero, a su patria, a lo genuino de sus obras, y aun a su misma personalidad, admitiendo que este personaje, quizá no menos mi- tológico que Anfión y Orfeo, haya realmente existido, y no sea la personificación de toda una escuela poética; admitiendo, en fin, que Homero no haya empleado en sus cantos un lenguaje particu- lar, sino el mismo que se hablaba en la Jonia en su tiempo, ¿podrá
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