Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
523 aún no estilizada por las capas del tiempo. 241 El poema del Cid será además un tema en común con amigos liberales españoles. 242 Desde 1814 Bello comienza a asistir a la Biblioteca del Museo Bri- tánico. Se ve en sus cuadernos de notas el estudio de esta poesía po- pular por la cual siente una atracción intensa. Estos estudios los hará simultáneamente al de otros, cuyos resultados verán la luz antes. Vol- veremos a saber de este estudio cuando Bello, ya anciano, intente in- fructuosamente publicarlo y lo ofrezca a la Real Academia Española. La carta que envía el anciano Andrés Bello al escritor español Bretón de los Herreros (secretario de la Academia), ofreciendo su versión y estudio del Mio Cid , comentando a su vez una reciente publicación del poema, muestra el dominio que tenía Bello de los elementos principa- les de la literatura española. La carta es una verdadera clase magistral en torno al poema. Bello muestra los problemas de la versión que 241 Bello llegará a decir que la apreciación del original, la capacidad de darle valor, arrancarlo a la oscuridad de un supuesto pasado bárbaro, es una tarea de la civili- zación. Esto lo dirá no solamente para la poesía medieval, como es el caso del Cid, sino que especialmente para las escrituras indígenas relegadas por la “supersti- ción” colonial. En “Historia de la conquista de México por un indio mexicano del siglo XVI” artículo publicado en el número tres de El Repertorio Americano , Londres, abril de 1827 , escribe: “[El] público tiene derecho a que se le ponga en posesión de los originales, cuya falta nada puede suplir. Todas las naciones cultas han mostrado particular esmero en recoger y publicar los documentos primitivos de su historia, sin desdeñar aun los más rudos y toscos. Cronicones insulsos, le- yendas atestadas de patrañas, y hasta los cantares rústicos que se componían para entretenimiento del vulgo, han sido, no solamente recogidos y dados a la estam- pa, sino comentados e ilustrados, no teniendo a menos emplearse en esta desluci- da tarea los Ducanges, los Leibnitz, los Muratoris, y otros célebres escritores. De este modo se ha sacado la historia de Europa del polvo y las tinieblas en que es- taba sumida; se han explorado los orígenes de los gobiernos, leyes y literatura de esta parte del mundo; se han visto nacer, crecer y desarrollarse sus instituciones; la crítica ha separado el oro de la escoria; y la barbarie misma ha presentado un espectáculo tan entretenido como instructivo a la filosofía. [...] Este ejemplo debe excitar una noble emulación en los americanos, y con tanta más razón, cuanto que, habiéndose historiado la conquista y el establecimiento de los españoles en el Nuevo Mundo en un sentido favorable a las preocupaciones e intereses de la metrópoli, el examen de las obras escritas con más inmediación a los hechos, y sobre todo de las que se compusieron en América y por americanos, no podrá menos de presentar mucho de nuevo y curioso. Ni es de olvidar la importancia que tienen estas obras para nosotros como producciones de los primeros tiempos de la literatura americana”. Bello (Vol. XXIII, pp. 69 - 70 ). 242 Por ejemplo, a propósito del Cid, Bello mantendrá intercambios con el bibliógrafo Bartolomé José Gallardo ( 1776 - 1852 ), “volteriado” de “incredulidad absoluta” como de “trabajos de erudición inmensa”, como señala Menéndez y Pelayo en Historia de los heterodoxos españoles . Con la restauración de Fernando VII, y tras caer en pri- sión debido a la publicación de su libro Diccionario crítico burlesco , huyó a Londres en 1814 , que es cuando Bartolomé Gallardo conoce a Bello. Murillo ( 1987 , p. 64 ).
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