Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
51 mente los sublimes conceptos de los antiguos. Pero fue en el siglo siguiente cuando pareció haberse olvidado que ellos eran los creadores y modelos de las bellezas mismas que admiraban. Fuese error, fuese cálculo, no faltaron autores eminentes que se atreviesen alguna vez a ridiculizarlos, y a condenarlos al olvido. Desestima- dos los antiguos, dejó de cultivarse con esmero su lengua sagrada, y la literatura careció de uno de sus más poderosos recursos. Si algún crítico hablaba todavía de los antiguos, era sólo para sacrificarlos a la gloria de sus contemporáneos. Ésta es la más grave acusación que puede intentarse contra el siglo XVIII, al que tal vez nada faltó, para elevarse al nivel de los siglos precedentes, sino el conocimiento profundo de la antigüedad”, ibid ., p. 217 . Es decir, el Siglo de las Luces ha sido un siglo incompleto en lo que respecta a la admiración de la literatura clásica, uno de cuyos representantes sería el crítico Jean-François de La Harpe ( 1739 - 1803 ), de quien dice Bello: “[...] Nada injusto es durable: apenas ha transcurrido medio siglo desde el triunfo de aquel Aristarco—o sea, compara a La Harpe con el gramático de la escuela de Alejandría y estudioso de Homero, Aristarco de Samotracia (¿ 216 a. C.?-¿ 144 a. C.?)—, y ya vemos revocado gran número de sentencias pronunciadas por él. Su curso de literatura, en que se admiran el gusto puro, la desembarazada elegancia, y el brillo ingenioso del discípulo de Voltaire, le acusa al mismo tiempo de una culpable negligencia en el estudio de los antiguos, y presenta a cada paso pruebas del imperio de las preocupaciones aun sobre los grandes talentos”, ibid ., p. 218 . Mientras que contra los voluminosos Estudios Virgilianos de Pierre-François Tissot ( 1768 - 1854 ), Bello dispara: “No tanto se juzga en su obra, cuanto se compara. Si analiza las creaciones antiguas, les contrapone las fantasías modernas: sus doctas investigaciones sorprenden bajo todas sus formas los hurtos que el ingenio ha he- cho al ingenio. Ni ciñe sus cotejos a las obras que tienen analogía con la epopeya; extiéndelas con un profundo discernimiento al poema didáctico y cíclico, al drama, a la fábula, a la novela; en suma, recorre los diferentes ramos de la literatura que, habiendo brotado todos de un tallo, se alimentan de un mismo jugo materno”, ibid. , pp. 217 - 9 . Posteriormente, a propósito de los juicios sobre Virgilio y Horacio del helenista español José Mamerto Gómez Hermosilla ( 1771 - 1837 ), en el artículo “Tra- ducciones, cuentos, silvas, y otras poesías de Moratín”, publicado en El Araucano, del 5 y 12 de noviembre, 3 de diciembre de 1841 y 22 de abril de 1842 , números 585 , 586 , 589 y 609 , Bello comenta el libro titulado Juicio crítico de los principales poetas españoles de la última era , de José Gómez de Hermosilla. Ahí, sobre las “ palabras rigorosamente nuevas” , Gómez de Hermosilla había dicho: “No hay una [palabra] en los dos poetas (Horacio y Virgilio) que no se usase en su siglo”. “Pero sobre esta materia —comenta Bello— no puede haber mejor autoridad que la del mismo Ho- racio”, y lo cita en traducción de Francisco Martínez de la Rosa ( 1787 - 1862 ): “Y si expresar acaso te es forzoso/ cosas antes tal vez no conocidas,/ con prudente me- sura inventas voces/ del rudo antiguo Lacio no escuchadas…/ ¡Pues qué! ¿a Virgilio negará y a Vario/ lo que a Cecilio y Plauto otorgó Roma?/ ¿O mirará con ceño que yo propio/ con mi humilde caudal, si alguno junto,/ aumente el común fondo?/ ¿Y no lo hicieron/ Ennio y Catón con peregrinas voces/ a patria lengua enriqueciendo un día?/ Siempre lícito fue, lo será siempre,/ con el sello corriente acuñar voces.// Como, al girar el círculo del año,/ sacude el bosque sus antiguas hojas,/ y con suave verdura se engalana;/ así por su vejez mueren las voces,/ y nacen otras, viven y campean/ con vigor juvenil”. Y agrega: “Así se defiende Horacio a sí mismo y a Vir- gilio contra los Hermosillas de su tiempo, que les echaban en cara el uso de voces y frases nuevas. Don José Gómez censura con merecida severidad las extravagancias del estilo galo-salmantino; pero, si su crítica es casi siempre justa, los principios en que la funda son exagerados, y aun falsos; y sobre todo, no hallamos que señalen de un modo preciso los límites entre lo lícito y lo que no lo es materia de innovaciones de lenguaje. Entre éstas, da Hermosilla un grado especial de criminalidad a la con- versión de los verbos neutros o intransitivos en activos, como si no fuera ésa una tendencia natural de las lenguas, y como si no se encontrasen de esas conversiones en los escritores más correctos, o no fuesen más bien un mérito las osadías de esa clase, cuando son suaves, cuando están preparadas, cuando hay el prurito de em-
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