Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
507 medieval a los españoles: “la puso en ridículo, y la dejó consignada para siempre al olvido”, explicará Bello. 207 Se dejaba así atrás la histo- ria del Cid, en la que el gran caballero no tiene nada de ridículo, más bien su dignidad y entereza lo elevan por sobre las miserias de sus contemporáneos. Sin embargo, anotaba Blanco White, la verosimili- tud natural no es lo mismo que la verosimilitud moral, y los españoles habían cedido demasiado fácil ante la burla. El Cid del romanticismo es un intento por reponer la dignidad mágica de la caballería. La Edad Media española despertaba las simpatías de Blanco White y Bello: el gran problema de España era, para ellos, un arrebato históricamente posterior de la fuerza del monarca. 208 207 En “La Araucana por Don Alonso de Ercilla y Zúñiga”, agregaba que “no se tar- dó en aplicarla a personajes nuevos, por lo común enteramente imaginarios; y entonces fue cuando aparecieron los Ainadises, los Belianises, los Palmerines, y la turbamulta de caballeros andantes, cuyas portentosas aventuras fueron el pa- satiempo de toda Europa en los siglos XV y XVI. A la lectura y a la composición de esta especie de romances, se aficionaron sobremanera los españoles, hasta que el héroe inmortal de la Mancha la puso en ridículo, y la dejó consignada para siempre al olvido. La forma prosaica de la epopeya no pudo menos de frecuen- tarse y cundir tanto más, cuanto fue propagándose en las naciones modernas el cultivo de las letras, y especialmente el de las artes elementales de leer y escribir. Mientras el arte de representar las palabras con signos visibles fue desconocido totalmente, o estuvo al alcance de muy pocos, el metro era necesario para fijarlas en la memoria, y para trasmitir de unos tiempos y lugares a otros los recuerdos y todas las revelaciones del pensamiento humano. Mas, a medida que la cultura intelectual se difundía, no sólo se hizo de menos importancia esta ventaja de las formas poéticas, sino que, refinado el gusto, impuso leyes severas al ritmo, y pi- dió a los poetas composiciones pulidas y acabadas. La epopeya métrica vino a ser a un mismo tiempo menos necesaria y más difícil; y ambas causas debieron extender más y más el uso de la prosa en las historias ficticias, que destinadas al entretenimiento general se multiplicaron y variaron al infinito, sacando sus materiales, ya de la fábula, ya de la alegoría, ya de las aventuras caballerescas, ya de un mundo pastoril no menos ideal que el de la caballería andantesca, ya de las costumbres reinantes; y en este último género”. En Bello (Vol. IX, p. 354 ). 208 Entre las gracias de la España medieval vindicada por los liberales y románticos, en la península y fuera de ella, estaba la de sus credenciales “democráticas”, sus gobiernos locales y vecinales. Estos bienes medievales habían sido, según Bello, dañados por las pretensiones de control imperial; su rehabilitación había signifi- cado, en gran medida, la coyuntura de la emancipación en 1810 . Comentando la Memoria de Ramón Briseño, escribía: “De todas las instituciones coloniales, la que presenta un fenómeno singular es la municipalidad, ayuntamiento o cabildo. La desconfianza metropolitana había puesto particular esmero en deprimir estos cuerpos y despojarlos de toda importancia efectiva; y a pesar de este prolongado empeño, que vino a reducirlos a una sombra pálida de lo que fueron en el primer siglo de la conquista, compuesto de miembros en cuya elección no tenía ninguna parte el vecindario, tratados duramente por las primeras autoridades, y a veces vejados y vilipendiados, no abdicaron jamás el carácter de representantes del pueblo, y se les vio defender con denuedo en repetidas ocasiones los intereses de las comunidades. Así el primer grito de independencia y libertad resonó en el
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