Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

502 En La educación sentimental , Flaubert no deja de mostrar a los tontos triunfando en el estudio del Derecho. Su personaje principal es un estudiante mediocre. “Nada humilla tanto como ver a los tontos triun- far en las empresas donde uno ha tropezado”, escribe. 202 Se ha dicho que la antipatía mutua entre los juristas y poetas se debe no poco a Flaubert. Pero ya antes había en Erasmo de Rotterdam malas migas, 203 y Bello mismo, en su semblanza de Ovidio, mostraba las incompatibi- lidades poéticas y legislativas del poeta: Ovidio (Publius Ovidius Naso) nació en Sulmona el 13 de las calen- das de abril, o 20 de marzo del año 43 a. C. Era de una antigua fa- milia ecuestre. Él y su hermano Lucio fueron a Roma a educarse en el arte oratoria bajo la dirección de los más célebres abogados; pero Ovidio era irresistiblemente arrastrado a la poesía, para la cual ha- bía manifestado disposiciones precoces, de que él mismo nos in- forma con su característica gracia en una de sus elegías. (Tristes, libro 4 , elegía 10 ). Para perfeccionar su educación, fue enviado por sus padres a Atenas. Una muerte prematura le arrebató el herma- no querido; y a la edad de diez y nueve años, único heredero del patrimonio paterno, ejerció en su patria los cargos que conducían a los empleos senatoriales; pero la dignidad de senador le pareció, como él mismo dice, superior a sus fuerzas. Exentó de ambición, abandonó la carrera pública, y se consagró exclusivamente a las Musas. Tuvo relaciones de amistad con los grandes poetas, con las 202 Y agrega Flaubert en la misma novela: “Llegó el mes de agosto, época de un se- gundo examen. Según la opinión corriente, debían bastarle quince días para pre- parar las materias. Frederic no dudó de sus fuerzas, y se tragó de corrido los cuatro primeros libros del Código de procedimientos, los tres primeros del Códi- go Penal, muchos trozos de Instrucción criminal y una parte del Código Civil, con las notas de Poncelet. La víspera, Delauriers le obligó a hacer una recapitulación que duró hasta por la mañana; y para aprovechar el último cuarto de hora, conti- nuó preguntándole mientras caminaban por la calle”. Flaubert ( 2015 , p. 64 ). 203 Escribe Erasmo sobre “Los jurisconsultos y los dialécticos”: “Entre los eruditos, los jurisconsultos reclaman el primer lugar, y cierto es que ningunos otros se muestran tan satisfechos de sí mismos cuando, verdaderos Sísifos, suben eterna- mente la piedra urdiendo en su cabeza centenares de leyes, siempre con el mismo fanatismo, sin importarles un bledo que vengan o no vengan a pelo, amontonan- do glosas sobre glosas y opiniones sobre opiniones, y haciendo creer que sus estudios son los más difíciles de todos, por reputar que, cuanto más trabajo cuesta una cosa, por lo mismo más mérito tiene”. De Rotterdam ( 1944 ).

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