Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

500 se sirvió algunas veces del anonimato para imprecar desde distintas voces (a veces esas voces tenían nombre y apellidos famosos, porque Bello había escrito el discurso), para volver a ser poeta (como lo de- mostró Sarmiento en el caso del “Incendio de la compañía”). Todas esas manipulaciones de la opinión pública son un caldo de cabeza para quienes han intentado definir claramente dónde em- piezan y terminan las autorías de Bello. Su estilo es inconfundible, incluso cuando se transforma —como dijo Sarmiento— en un poeta romántico. Sin embargo, hay, por así decirlo, una escritura pública, una escritura privada y una escritura secreta de Bello. Esta última está hecha para ser pública. Dentro de estas pueden anotarse escrituras suyas impropias, tales como las citas de que se sirve a efectos de ha- blar incluso mediante mentes ajenas (cual es el caso de Martínez Ma- rina). Son todos personajes creados por el espíritu dramatúrgico que, como vimos, fue una de las primeras apariciones creativas del joven Bello en Caracas, cuando era un devoto poeta del “ilustrado” Imperio Español. Estos personajes, lamentablemente, tienden a decir lo mis- mo, a buscar lo mismo. Son como amables testaferros de una próxima historia a ser lograda. 199 Pasó el tiempo, el Código Civil se hizo realidad y no se lo tuvo por cáncer revolucionario. El conservador Menéndez y Pelayo dirá que Bello respetó “la eterna fuente de sabiduría escrita del pueblo roma- no”; 200 su Código Civil no será considerado un compendio de la filoso- fía nueva y ahistórica. El empleo de la tecnología de la codificación lo hizo simpático para los liberales; el contenido de ese código, amigable para los conservadores. Otra vez Bello alcanzaba un supuesto equili- brio; no se dejaba arrastrar del todo por ningún partido. Pero el estilo del Código pronto cayó mal a los escritores. Las crí- ticas vinieron desde Francia. Los renglones del barroco no habían 199 Como he explicado en otra parte, Bello distingue entre “historia narrativa” e “his- toria filosófica”. Explica que la primera es requisito de la segunda porque la his- toria narrativa es de alguna forma la prehistoria de la historia filosófica. El vuelo filosófico, cree Bello, precisa de un importante cúmulo de material narrativo. De ahí que el estilo situado de Bello es el de siempre estar poniendo las bases para la creación futura, que no se agota en sus propias capacidades. Por eso, es aquí también donde Bello autoniega su potencia de artista. 200 Menéndez y Pelayo, citado en Szmulewicz ( 1991 , p. 138 ).

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