Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
50 con lo endeble de la legitimidad del poder por vía hereditaria. Ve en las disputas de ese entonces, por la sucesión al trono de España, un buen ejemplo de este problema. 75 Decir que Bello fue un poeta virgiliano, y centrar en este certero aspecto la caracterización de su personalidad, también queda corto. Dante fue un poeta virgiliano: se hizo acompañar por la sombra de Virgilio en las dos primeras cánticas previas a su Paraíso . Era a Vir- gilio, según el mismo Dante, a quien debía “el elevado estilo que me honra”. 76 Lo virgiliano es casi un océano al que muchos han ido a dar. Si bien es indesmentible —y es un importante logro del escritor chile- no Antonio Cussen haberlo visto y explicado con tanta inteligencia—, no es algo definitivo, 77 por mucho que este aspecto sea tan sugerente. 75 El artículo fue publicado en El Araucano, el 4 de enero de 1831 , y sostenía: “Entre las leyes fundamentales de los estados, pocas hay de más importancia, que las que fijan las reglas de la transmisión del poder político de unas manos a otras. Si la tranquilidad de los gobiernos populares ha sido turbada frecuentemente por las contiendas sobre la participación del derecho de sufragio y sobre el carácter legal de las elecciones, en las monarquías las dudas y disputas sobre la sucesión al trono han sido un manantial perenne de guerras. De aquí es que aún después de haberse absorbido en la autoridad real todas las atribuciones de la soberanía, se siguió mirando con un respeto que rayaba en superstición, el orden legal que determinaba la herencia de la corona; y si en España, por ejemplo, se conservaba un vano espectro de representación nacional, era sólo para hacer en este orden las alteraciones que aconsejaba de cuando en cuando la política, o que eran con- formes a las máximas dominantes del derecho público de Europa”. “Sucesión a la Corona de España”, en Bello (Vol. XXIII, p. 105 ). 76 Divina Comedia , Infierno, Canto I, v. 87 . Dante Alighieri ( 2018 , p. 49 ). 77 Bello ve en Virgilio a un autor principal, que debe ser mejor conocido en el siglo XIX que en el XVIII: “Los estudios sobre Virgilio [explica un polémico Bello] con- vienen igualmente al hombre de mundo y al literato, a los jóvenes que comienzan la carrera de las artes, y a los padres de familia que quieren examinar y medir los progresos de sus hijos. Un concierto unánime de elogios ha probado ya el recono- cimiento del público ilustrado hacia el docto profesor, laborioso émulo de Quinti- liano. La semejanza de las épocas en que ambos parecieron, hace resaltar la suya. El primero combatió la doctrina de los Sénecas, Lucanos y Estacios, que, empeñados en explorar nuevas sendas, adulteraban el arte de los Lucrecios, Virgilios y Ovi- dios; y ahora que nuestra literatura está amenazada de decadencia, las lecciones del Quintiliano moderno guiarán los pasos inciertos de los sucesores de los Racines, Voltaires y Delilles”. “Estudios sobre Virgilio”, en Bello (Vol. IX, p. 224 ). Como veremos cuando nos detengamos en el tránsito imperial de Troya a Roma, tal como sobre Dante, Virgilio es la personalidad poética más poderosa. En estos ya citados “Estudios sobre Virgilio”, artículo publicado en el primer número de El Repertorio Americano , en octubre de 1826 , Bello escribe contra la recepción clasicista francesa que se había hecho del poeta épico latino, mostrando así aspectos tempranos de su carácter romántico (asombra la cercanía con el Racine y Shakespeare , de Stendhal): “Los grandes escritores del siglo de Luis XIV conocían todo el valor de los teso- ros literarios de la antigüedad, como se echa de ver por lo que les toman prestado tantas veces y con tanta felicidad; pero, por lo general, se apreciaban imperfecta-
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