Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
494 La tesis de Martínez Marina —a la cual Bello adhiere— es que el código no es una recopilación de distintos instrumentos jurídicos, un pastiche hecho de desechos-reliquias de todos los tiempos. Un códi- go, dice Martínez Marina “es fruto de meditaciones filosóficas” y no de “citas y remisiones a otros monumentos legales más antiguos, ni de mendigar su autoridad de los príncipes que nos han precedido”. 186 Es la claridad que oculta sus fuentes. 187 Defectos de “mayor consecuencia” son “defectos de estilo y len- guaje en la extensión de las leyes”. Agregaba: “Su lenguaje debe ser el de la verdad; uniforme, sencillo y familiar; expresiones claras, térmi- nos inteligibles, ideas justas y exactas”. Y planteaba: “Si en toda clase de conocimientos el vicio y el desorden del lenguaje es a un mismo tiempo efecto y causa de la ignorancia, de la confusión y del error, en materia de legislación es más funesto”, argumentando que la igno- rancia de los deberes sociales y toda suerte de confusiones y pleitos innecesarios arrancan de esa falta de claridad. Sostenía que la Novísi- ma Recopilación —el “código nacional” español— fue una compilación para los sabios y eruditos, cuando debió haberlo sido “para todos los ciudadanos. A todos debe ser accesible, por todos inteligible, su libro familiar, el catecismo del pueblo”. 186 Guzmán Brito ( 1982 , pp. 113 - 4 ). 187 Que es exactamente lo mismo que Bello busca con la reforma de la ortografía. Aclarar el uso de las letras y de sus mínimos significados sonoros. La historia del Derecho y la historia de la lengua se iban sobrecargando de supersticiones que había que erradicar. Aunque la imprenta, gracias a la simplicidad de la escritura alfabética, permite la reproducción de la cultura (como no lo hacía la pintura o el monumento), Bello no llega a entender por qué esa escritura se ensucia y desactualiza por letras que no significan nada y otras que significan mucho. Es- cribe: “Y sin embargo de que estas ventajas se pueden realizar sin trabajo y sin inconveniente alguno, y del incalculable beneficio que acarrearían diseminando la enseñanza y generalizando la educación en la masa del pueblo, no nos cuida- mos de perfeccionar nuestra escritura, dándole toda la simplicidad y facilidad que admite; y conservamos en ella con una veneración supersticiosa los resa- bios de la barbarie que le pegaron aquellos siglos en que del roce de los ásperos dialectos del Norte con las pulidas lenguas del Sur, nacieron nuevos idiomas de estructura diferentísima; en que, aplicado a todos ellos irregular y caprichosa- mente el alfabeto latino, sonidos nuevos, desconocidos de los romanos y griegos, fueron representados con las letras antiguas; palabras que variaron de sonidos, no variaron de letras; lo doble se significó por lo sencillo, lo sencillo por lo doble; y hubo también letras destinadas a no significar cosa alguna; en que finalmente, no quedó irregularidad de que un sistema de signos pueda adolecer, que no plagase el alfabeto”. “Bosquejo del origen y progresos del arte de escribir”, en Bello (Vol. XXIII, pp. 92 - 3 ).
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