Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

482 poeta”. 159 Para el poeta, una de las principales bases filosóficas, una de las que funda todo el método y el objetivo final de la filosofía, aquella que distingue entre la apariencia y la realidad, tiene tan poco que ver con la realidad, que ni siquiera vale como una apariencia venerable. Esto no quiere decir que el poeta no sea acosado por la agresividad que en la mente filosófica despierta el ser . En el caso de Bello, una buena parte de él sí fue violentada por las conmociones de su tiempo. Esa parte de Bello, su parte de pensador gramático, por ejemplo, ejercitó su lado de filósofo —me atrevo a pen- sar— para que el mundo no abandonase la seguridad de la poesía, de la lengua común, del imperio. Bello es un ave que sabía que, pese a las tormentas de la historia y de su vida íntima, el nido de la primera expe- riencia seguía en el árbol. Parece pensar que, en cambio, hay socieda- des que debían por fuerza hacerse plenamente filosóficas y científicas, porque habían extraviado el lugar de ese árbol. Como al viejo samán de su Caracas de infancia —“de amenazada existencia” —, 160 Bello creía saberlo con certeza. Cuando me detuve en la carta de Bentham a O’Higgins y expuse que fue finalmente Bello quien se ocupó de esa tarea que Bentham ambicionaba para sí —ofreciendo a O’Higgins transformarlo en al- guien mejor que Washington, es decir, en un “legislador”—, adelanté ya algo sobre este punto: que Bello supo liberarse de la secta para superar, en la práctica, al maestro. Se las ingenió en Chile para po- nerse en una posición de legislador, de poeta-legislador, sin haber en- trado proclamándose tal legislador benefactor, estilo que pudo haber aprendido de la actividad internacional de Gran Bretaña. 161 La carta de 159 Zambrano ( 2006 , p. 15 - 8 ). 160 “A un samán”, v. 10 , en Bello (Vol. I, p. 32 ). 161 Gran Bretaña había llegado a ser la garante del sistema de equilibrios en Europa continental, una especie de seudoimperio (bajo la óptica del Sacro Imperio) ene- miga del ideal de unidad imperial. Bello en Londres, con su corazón irrigado por la poesía medieval y el derecho de gentes, estará tensionado, respectivamente, por ese viejo orden romano e imperial que se desmoronaba y a la vez latía en la poesía de gesta medieval, y por las frías consideraciones de un ordenamiento sin los resortes imperiales de la moral universal, que desde Westfalia se los con- siderará un peligro constante para el logro de toda paz duradera, precisamente porque las banderas un tanto nominales de la conflagración anárquica de la gue- rra de los Treinta Años habían sido morales y religiosas. Puede conjeturarse que Bello aprendió este estilo al haber estado tan atento a la política internacional de

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