Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

47 Goethe desde muy temprano tuvo a su favor una Walpurgis de enemigos variopintos. El famoso comentario de su amigo Schiller (“[Goethe es una] mojigata orgullosa a la que habría que dejar em- barazada para humillarla ante el mundo”) 66 no es un juego que se hubiese permitido en el ambiente de Bello, escaso en dialécticas in- geniosas y abundante en resentimientos silenciosos pero efectivos. La imprecación de Sarmiento, que lo llamó un literato digno del “os- tracismo”, se quedó girando en banda. “Una crítica veraz y severa, pero sin mordacidad”, declara el primer número de El Araucano (un texto atribuido a Bello), como si con esta fórmula para el bronce dejara en claro el estilo de toda su vida. 67 A pesar de las insidias de rigor, consiguió, todavía vivo, la sacrali- zación en el reducido espacio de Chile. Sus admiradores chilenos cre- yeron que el mejor homenaje que podían rendirle era conseguir para su figura símiles europeos, una personalidad devenida institución. La singularidad de Bello es así defendida por grupos conservadores, que buscan en él una especie de bastión idiosincrático, hispánico e inclu- so monárquico. 68 Pero, al mismo tiempo, la analogía con Goethe tiene también muchos aspectos casi perfectos, en los que el símil resulta apabullante, como, por ejemplo, el escepticismo político. 69 El “poeta 66 Citado en Safranski ( 2009 , p. 15 ). 67 “Advertencia”, en Bello (Vol. XVIII, p. 207 ). 68 Despierta cierta hilaridad, no porque no sea verdad sino por la incontinente ne- cesidad de aclararlo, la nota 6 de Alamiro de Ávila Martel, egregia figura de la filial chilena en el siglo XX de la escuela de Von Savigny, que señala al referirse a la pertenencia casi entonces no estudiada de Bello a la logia en Londres: “quiero anotar que la afiliación a esa logia no significó la menor trizadura en el profundo catolicismo de López Méndez y de Andrés Bello”. Ávila Martel ( 1978 , p. 16 ). 69 Uno de ellos es el “escepticismo” político de Bello y Goethe. Ambos no son gran- des creyentes de la democracia. Bello, por ejemplo, escribe a Manuel Ancízar unas palabras que pudieran haber sido dichas a Eckermann por el mismísimo Goethe en su casa de Weimar: “Los jóvenes de ahora no tienen, sino muy raro, la tolerancia de V. hacia las ideas añejas que forman casi todo el ajuar de mi cerebro, al menos en materias políticas; bien que en ellas, a decir la verdad, no pertenez- co a ninguna bandera, y lo que profeso (en mi conciencia) es el escepticismo. No por eso me crea V. reñido con lo nuevo: pero le exijo las credenciales de la experiencia y las garantías de orden social, que para mí significan seguridad, paz, tolerancia recíproca, y bienestar material, con una moderada dosis de libertad ”. Epistolario II, en Bello (Vol. XXVI, p. 337 ). Ancízar le contesta: “Aquí no estaría U. vegetando, como dice, ni el sopor que achaca a escepticismo político habría invadido su fuerte inteligencia, que sufre cierta cosa como la asfixia en esa atmós- fera poco respirable de los “intereses materiales”: el hombre no vive solamente

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