Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
466 Bello no se aboca a problemas metafísicos, no se entretiene en en- crucijadas epistemológicas; no parece debilitarse ante cuestiones her- menéuticas insolubles. Es la suya una perspectiva “antiontológica”, 119 su enfoque concreto parece desesperar ante disquisiciones filosóficas que dudan metódicamente sobre la realidad de objetos que el sentido común tiene por incuestionables, aun en sus textos más “filosóficos”. 120 Como se sabe, las escuelas filosóficas con las que Bello tuvo ma- yor contacto fueron tres: la del ideologismo francés, la escocesa y la utilitarista. A partir de esta literatura escribirá su Filosofía del enten- dimiento y, claramente, no se dejó entusiasmar por nada que él haya considerado abstracción pura. Pero no hay aquí solo una antipatía por la radicalidad del pensa- miento filosófico o su abstracción. Bello desconfía de la sistematiza- ción. Para él, todo sistema es enemigo de la realidad, del detalle, del dato empírico en que se afirma la belleza y tiene lugar la libertad. En su traducción muy personal del poema de Delille, “La luz”, escribe contra lo que parece ser un “ídolo” filosófico —como dijo Lord Fran- cis Bacon— que usurpa el sitial que se debe a Dios: 119 Así la describe Subercaseaux ( 1997 , p. 45 ). 120 Por ejemplo, sobre “la materia”, en uno de los apéndices de Filosofía del entendi- miento , Bello escribe: “Los que niegan la existencia de la materia como sustancia, no niegan que nuestras sensaciones tengan causas diversas de la sustancia que siente. Reconocen causas; no disputan sobre su existencia, sino sobre su natura- leza. Según ellos, las causas de las sustancias son ciertas leyes generales estableci- das por el Criador. Los que creen en la existencia sustancial de la materia, suponen la existencia de leyes generales que determinan las cualidades y agencias de esa sustancia supuesta, y producen de este modo el mismo orden, las mismas variedades de sensaciones que en el sistema de Berkeley se producen sin el intermedio de la sustancia mate- rial. Toda la diferencia se reduce, pues, a un intermedio misterioso, desconocido, que los unos suponen y los otros rechazan: intermedio que puede faltar sin que se eche menos; intermedio que no explica nada; de que no se necesita para nada. La cuestión no puede ser más frívola ni más estéril. ¿Por qué, pues, nos hemos detenido tanto en ella? Porque era necesario reducirla a su justo valor, para manifestar su frivolidad; y porque al mismo tiempo esperábamos poner más de bulto el verdadero carácter de las percepciones sensitivas, a lo menos según yo las concibo. ¿No es singular que Cuvier, el hombre que más ha conversado con la materia, que más se ha detenido a contemplarla bajo todas sus relaciones, bajo todas sus formas, dudase de la existencia de ella? ‘La impresión de los objetos exteriores sobre el yo’ , dice Cuvier, “es la producción de una sensación, de una imagen, de un misterio impenetrable para nuestro espíritu; y el materialismo es una hipótesis tanto más aventurada, cuanto es imposible a la Filosofía dar prueba alguna directa de la exis- tencia efectiva de la materia ” . Filosofía del entendimiento , en Bello (Vol. III, p. 374 ).
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