Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
461 novedad, o por eximirse del trabajo de estudiar su lengua, quisieran hablar y escribir a su discreción. 110 Bello cree que las palabras pueden conducir mal a una nación, que la oratoria puede ser política y gramáticamente desviada. 111 La gra- mática no es solamente un orden de la estructura del discurso, lo es también del pensamiento —o sea, una dialéctica— y, por lo tanto, del pensamiento que gobierna y del que se deja gobernar, porque ese pensamiento reconoce esa dualidad: una nueva razón para preferir la escritura a la oralidad. orden y poesía “El hombre de educación —explica Amado Alonso— es nada menos que uno, si bien el último, en la escala de los artistas de la palabra”. 112 110 “Ejercicios populares de la lengua castellana”, en Bello (Vol. IX, p. 438 ). 111 La devoción que Francia tiene por el discurso no debe confundirnos. En el ensayo “La vanidad de las palabras”, Michel de Montaigne sostiene: “Decía un retórico del pasado que su oficio consistía en hacer que las cosas pequeñas parecieran y resul- taran grandes. El zapatero que sabe hacer zapatos grandes para pies pequeños. En Esparta le habrían hecho azotar por hacer profesión de un arte engañoso y embus- tero. Y creo que Arquidamo, uno de sus reyes, no escuchó sin asombro la respuesta de Tucídides, al que preguntaba quién era más fuerte en la lucha, Pericles o él: «Eso», dijo, «sería difícil de comprobar, pues aunque yo le derribe luchando, él per- suade a quienes lo han visto de que no ha caído y gana» [...] éstos no cuentan con engañarnos no ya los ojos, sino el juicio, y con bastardear y corromper la esencia de las cosas. Los Estados que se han mantenido en una situación de orden y buen go- bierno, como el cretense o el lacedemonio, han hecho poco caso de los oradores”. Montaigne ( 2007 , p. 441 ). Y luego: “[La elocuencia] Es un instrumento inventado para manejar y agitar a la turba y al pueblo desordenado, y un instrumento que no se emplea sino en Estados enfermos, como la medicina; en aquellos en los cuales el vulgo, o los ignorantes, o todos han tenido todo el poder, como en Atenas, Rodas y Roma, y en los cuales las cosas han estado en permanente tempestad, allí han afluido los oradores. […] La elocuencia alcanzó su apogeo en Roma, cuando peor estaba los asuntos públicos, y cuando la tormenta de las guerras civiles los agitaba: igual que el campo libre e indómito produce las hierbas más gallardas. Parece por consiguiente que los Estados que dependen de un monarca la necesitan menos que los demás; en efecto, la estupidez y la facilidad que se encuentran en el pueblo, y que lo hacen propenso a ser manejado y arrastrado por las orejas al dulce son de esta armonía, sin que llegue a sopesar y conocer la verdad de las cosas por la fuerza de la razón, esta facilidad, digo, no es tan habitual encontrarla en uno solo; y cuesta menos protegerlo, con buena educación y buen consejo, de la impresión de esa ponzoña. Ni de Macedonia ni de Persia se vio surgir a ningún orador de renombre”, ibid. , pp. 442 - 3 . Ver el discurso de Materno, en el Diálogo sobre los oradores de Táci- to . Fumaroli ( 2011 , p. 186 ). 112 “Introducción” de Amado Alonso , en Bello (Vol. IV, p. XIX).
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=