Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

452 —que hoy podríamos creer exagerado para su rústico entorno—, un estilo nacional del que pudiera hacerse también un estilo americano con vocación de universalidad. Esta aduana mental establecida por el trabajo de Bello y muchos de sus hijos, nietos y bisnietos carnales y principalmente intelectuales, fue demolida no tanto por quienes man- tenían respecto de él y su influencia una distancia crítica y admirativa (pues a la larga se le plegaron), sino por parte de quienes se procla- maban sus sucesores en el ámbito cultural y principalmente político. Puede decirse preliminarmente que dicha aduana fue desmantelada, y de menos a más, por la influencia de los partidos internacionales y especialmente por el embrutecimiento instalado y legado por la dic- tadura militar, que hizo del estilo bellista un viejo decorado fruto de la debilidad o la extravagancia. La “soberanía nacional” (que a veces se confunde con la aduana espiritual de Bello) fue defendida con los resortes del heroísmo. Pero Bello prontamente descreyó de las gestas de la épica americana. He dicho algo sobre la épica y de cómo Bello irá señalando sus falencias al contrastar los géneros literarios y los tiempos que le tocan. Ese ver- tiginoso e inmaduro género que era la épica de la independencia, co- rriendo el siglo XIX, se malogra; los héroes de dimensiones olímpicas caen a tierra, el que a lo lejos parecía el plumaje de sus alas, en tie- rra es el patagio de un murciélago. Cunden las decepciones, los giros moderados cuando no conservadores, las apelaciones a la divinidad, mientras los escépticos como Bello consiguen adeptos y conversos. El poeta épico José Joaquín de Olmedo, ya viejo, reniega de su héroe Bolívar y se refugia en las austeridades de la fe (de las que Bello, por su parte, se mantiene siempre a una distancia armónica). Desde Gua- yaquil escribe a Bello una carta, fechada el 31 de enero de 1847 : […] Hace muchos años que con mucha frecuencia, me asalta el pensamiento de que (aquí entre nosotros) es incompleta, imper- fecta la redención del género humano, y poco digno de un Dios infinitamente misericordioso. Nos libertó del pecado, pero no de la muerte. Nos redimió del pecado, y nos dejó todos los males que son efectos del pecado. Lo mismo hace cualquier libertador vulgar, por ejemplo, Bolívar: nos libró del yugo español, y nos dejó todos los

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