Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

438 ¿No ves, ¡oh malhadada! que ya el cielo se entolda, y las nubes bramando relámpagos abortan? ¿No ves la espuma cana, que hinchada se alborota, ni el vendaval te asusta, que silba en las maromas? ¡Vuelve, objeto querido de mi inquietud ansiosa; vuelve a la amiga playa, antes que el sol se esconda! 70 Es apropiado recordar aquí ciertos pasajes “universales” que nos muestran el estándar que las sociedades occidentales iban alcanzan- do cuando todavía Bello era un joven caraqueño. Por ejemplo, Fich- te, refiriéndose a la investigación universitaria, decía a los príncipes alemanes en 1793 : “No deben entorpecer la libre investigación, deben exigirla, y no pueden exigirla sino mediante el interés que ustedes mismos muestren por ella, mediante la docilidad con que se obedezca sus resultados”. 71 En Chile, cincuenta años más tarde, Bello no habría dicho, ni podría haber dicho, nada parecido a los jefes de la república autoritaria. Es más, Bello adelanta la armonía de toda la verdad (“to- das las verdades se tocan”, dice), aun cuando, por sus investigaciones, él sabe positivamente que no es tan fácil adelantar tal estado de cosas, que “las verdades”, así, en plural, hablan del carácter finito de los co- nocimientos. Su “Discurso de instalación ” es una proclama poética aplicada, un tranquilizante a las venas del dogmatismo: los resultados no serán enemigos del orden. Hasta qué punto Bello se comporta aquí como la astuta Ifigenia de Eurípides o como la ilustrada Ifigenia de Goethe (o, dicho de otro modo, hasta dónde engaña y hasta dónde 70 “A la nave”, vv. 41 - 56 , ibidem . 71 Citado en Solari ( 2018 , p. 54 ).

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