Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

433 el cielo de un tercer juicio que parecería establecer mediante la au- toridad de los crímenes una especie de derecho de los pueblos y un cuerpo de jurisprudencia contra los reyes. 58 Chateaubriand era demasiado consciente del problema político del estilo. En la diferencia entre el puñal (un arma clásica, propia de los ajustes entre nobles) y el cadalso (una máquina de exhibición pública, de humillación a la condición jerárquica, de espectáculo democrati- zante) estaba en juego una concepción de mundo. El problema que para las monarquías europeas venía a ser el “desgraciado príncipe” Fernando VII, cuya autoridad yacía por el suelo con las colonias alza- das, requería ante todo de un final estilístico, coherente con las for- mas de la nobleza y el sistema monárquico. La admisión de otro estilo tendría consecuencias muy nocivas para los intereses del antiguo or- den europeo entonces recientemente trastornado por Napoleón. Cuando nos habíamos referido anteriormente a Bello y la libertad, pasamos por su actividad de funcionario frente al poder, a fin de re- levar el papel de la libertad en su vida y obra. Vimos entonces cómo la auctoritas —concepto romano— prestaba utilidad al momento de aclarar su tipo especial de poderío. Después, cuando vimos a Bello y el imperio, tuvimos que entenderlo en relación a la ley, a la adminis- tración, a la práctica internacional, en suma, al uso . Él fue legislador y funcionario, y, por lo tanto, lo describimos como un burócrata-poético. Bello es un cultor de las formas, de la fuerza ausente de violencia: la fuerza del estilo. Era un representante de aquella vieja sentencia — mal atribuida a Montaigne y recordada muy a propósito por Norberto Pinilla— según la cual el estilo es el hombre. A efectos de explicitarla y aplicarla, habría que agregar que el estilo es una modalidad muy exacta de la fuerza, en la que el esfuerzo es tan grande como la ausen- cia de forcejeo. Que tanto la libertad como el imperio conduzcan hacia el estilo, hará que la lengua ideal sea la literaria, la de sus grandes empleos. El imperio literario es superior a cualquier consideración de jerarquía de clase en el uso (“diastrática”, para decirlo con la sociolingüística). 58 Chateaubriand ( 2006 , p. 1553 ).

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