Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

398 equilibrio que debía lograrse entre la libertad ganada, por una parte, y el imperio perdido, por la otra; de tal forma que hubiese un tipo muy especial de orden que aquí he llamado “gramatocracia”: un diseño del gobierno nacido de la letra y una letra lograda por la caligrafía de la gramática. O sea, por el hecho de que toda oscuridad debía tender hacia la luz, toda oralidad o toda pintura tender hacia la escritura, 416 todo manuscrito hacia la imprenta. Esta es, como se sabe, la gran idea de neoclasicismo, antes y después de Goethe, y no ha sido este libro el lugar para acabar esta investigación. Existe, en tal sentido, una curio- sa correlación entre esta descripción y la genealogía del propio Bello. El abuelo materno de Andrés Bello, Juan Pedro López “será quizás el más importante de los pintores venezolanos de la Colonia”; 417 el padre de Bello, Bartolomé Bello, será músico, abogado (“que experimentará repugnancia a la profesión”) 418 y funcionario público menor. Bello, aunque no adquirirá el título, será lo más parecido a un abogado y un escritor multifacético. De la pintura a la escritura, pasando por la música. La escritura de Bello, como he visto, conservará en sus textos 416 Lo dice Rousseau: “Ces trois manières d’écrire répondent assez exactement aux trois divers états sous lesquels on peut considérer les hommes rassemblés en nation. La peinture des objets convient aux peuples sauvages; les signes des mots et des propositions aux peuples barbares; et l’alphabet aux peuples policé” (Rousseau, Essai sur l’origine des langues . [Es el segundo exergo de la Gramatolo- gía , de Jacques Derrida]). Sin embargo, no deja de ser llamativo que Bello haya visto tan clara la relación entre épica y escritura contra la pintura asociada a la ausencia de escritura. En “Bosquejo del origen y progresos del arte de escribir”, artículo publicado en el cuarto número de El Repertorio Americano, de agosto de 1827 , escribió: “Pero no en todas partes, se ha hecho igual uso de la pintura como arte monumental; ni es fácil decir por qué algunas naciones se cuidaron poco de este medio de enriquecer la memoria, al paso que, en otras, no sólo los templos y los demás edificios públicos se veían cubiertos de representaciones históricas, sino que aun en los particulares se guardaban voluminosas colecciones de lien- zos y papeles pintados con la misma curiosidad y para los mismos fines que hoy se conservan en nuestros archivos diplomas, ejecutorias, títulos de propiedad y otros documentos. Y quizás no es una coincidencia casual que los dos pueblos entre quienes se ha cultivado con más empeño la pintura como vehículo de tradi- ción y enseñanza, hayan sido igualmente notables por el poco uso que han hecho de composiciones épicas y teogónicas, tan familiares en otras partes para la trans- misión de los recuerdos históricos y de los dogmas religiosos. No se han conocido quizás dos naciones de igual cultura que los egipcios y los mexicanos que hayan mirado con igual indiferencia la poesía”. “Bosquejo del origen y progresos del arte de escribir”, en Bello (Vol. XXIII, pp. 80 - 1 ). 417 Así lo describe Caldera ( 1964 , p. 26 ) en base al libro Historia de la pintura en Ve- nezuela , de Alfredo Boulton. 418 Amunátegui ( 1882 , p. 28 ). Aspecto que recuerda Caldera ( 1964 ), al comenzar su capítulo dedicado al “jurista” Andrés Bello.

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