Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

396 hermandad de las nuevas repúblicas estaba garantizada por la lengua común, pero, como conocedor del Derecho, sabía además que era una garantía que debía ser respaldada por otras garantías. Y es ahí donde la gramática juega un papel principal, pues el estudio y la codificación de la lengua permitirán a los americanos hacerse conscientes del lo- gro que significa esa comunidad y no descuidarla. Los problemas no acaban ahí y Bello observa que la caída del Im- perio Español ha provocado un desorden que se expresa en guerras civiles y en guerras entre repúblicas nuevas. Es más, Bello incluso percibe que las guerras entre repúblicas nuevas son, en el fondo, ver- daderas guerras civiles, porque en ellas todos sus participantes hablan la misma lengua y en los campos de batalla se da la ominosa situación de que las instrucciones de lado y lado son dadas y comprendidas de lado y lado, cuestión que no ocurre cuando las guerras acontecen en- tre naciones o repúblicas que hablan distinta lengua. 414 414 En “Intervención” una serie de artículos publicada en El Araucano, números 853 , 856 y 861 , de 18 de septiembre de 1846 , 8 de enero y 5 de febrero de 1847 , y a propósito del general Flores, Bello se pronuncia en contra de las intervenciones de potencias extranjeras en nuevas repúblicas, aun aquellas que eran impulsadas por miembros de esas repúblicas, como, precisamente, el general Flores. Escribe Bello: “Si el general Flores en el Ecuador, a la cabeza de un partido ecuatoriano, tratase de derrocar al gobierno actual de aquel país, y de sentarse otra vez en la silla presidencial, creemos que nuestro gobierno se abstendría de tomar parte en la cuestión, y aguardaría tranquilo que la dirimiese la fortuna de las armas o la vo- luntad del pueblo ecuatoriano. Pero no es éste el caso. El general Flores alista tro- pas y se procura medios de invasión en un país europeo. Supongamos que tuviese suceso; ¿cuáles serían las consecuencias? No habría proscrito que no apelase en adelante al mismo recurso, con la seguridad de hallarlo en los pueblos de Europa, redundantes de población menesterosa, y de una clase de hombres formados en la escuela de las agitaciones políticas, hambrientos de fortuna y dispuestos a se- guir la primera bandera que les ofrezca este cebo. Las ganancias de los capitalistas que hubiesen embarcado sus fondos en la expedición de Flores, alentarían a otros para invertir los suyos en otros atentados de la misma especie. ¿Y en qué serie de alarmas, de alteraciones, de guerras destructoras, no se verían envueltas en- tonces las repúblicas sudamericanas? No se trata de una legitimidad personal, de una vinculación de gobierno, en que sólo peligren las instituciones del Ecuador. Se trata de un peligro que amenaza a todas las sociedades sudamericanas; se trata de prevenir un ejemplo funesto, que repetido (como no dejaría de serlo) envolvería nuestra civilización, nuestras instituciones, nuestra existencia, en una ruina co- mún. [...] Una sola observación nos permitiremos. El Mercurio dice que ‘la Amé- rica tendría razón de ver en eso un ataque a su independencia’, porque ‘ningún derecho escuda la intentona de Flores, al cual pueda prestar el brazo de su justicia la Europa’. De manera que, según eso, un estado europeo se hallaría autorizado para calificar de justas o injustas las aspiraciones de Flores, y para prestarle, si las hallaba o pretextaba hallarlas justas, el brazo de su justicia. ¿No es esto dar a una potencia extranjera el derecho de pronunciar un juicio sobre todas nuestras con- tiendas políticas, y de favorecer a su arbitrio al uno de los contendientes contra el

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