Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
384 luz de la historia desprestigia la epopeya” 390 (en una reseña sobre una publicación que homenajeaba a Bello, José Martí lo conceptualizará al poeta Bello como un restaurador tras el estropicio de la guerra). 391 Andrés Bello es hijo de esa época de guerra moderada, entre el cese de la guerra religiosa y el comienzo de las guerras nacionales. Y, como tal, es también hijo de la renaciente “pax romana”, 392 puesto que él es súbdito del imperio que se mueve de Oriente a Occidente. Es por eso que no debe extrañarnos una cierta antipatía que hay en Bello por la pequeñez nacional, por el desprecio al imperio, por aquellos que promovían un levantamiento constante contra la autoridad central. Este es el Bello de la “ Venezuela consolada ” y el del reglamento de la Junta de la Vacuna; un Bello idílico, para quien la angustia toda- vía es la enfermedad y no la guerra. Es más, el remedio es humano, la vacuna, y procede de los buenos oficios de quien entonces era la autoridad transatlántica. La medicina más avanzada era un logro de la civilización y, por lo tanto, del imperio. Niall Ferguson apunta que los resultados de la medicina explican, junto con otros motivos, la he- gemonía de la civilización occidental en el mundo. Entre 1770 y 1890 acontece la “transición sanitaria” que acaba por eliminar el tifus y el cólera de Europa. 393 Para 1800 , cuando Bello rondaba los veinte años, 390 En una carta al poeta Nicolás Corpancho. Epistolario II, en Bello (Vol. XXVI, p. 327 ). 391 Ver su comentario a Eduardo Blanco en José Martí, “Centenario de Andrés Bello”, en que dice: “El canto del poeta, como paloma blanca, se cierne sobre la guerra”. Martí ( 1995 , p. 212 ). 392 La extensión del imperio tiene estilos pacíficos y Bello los admira. Por ejemplo, vindica la figura del jesuita Luis de Valdivia, con ocasión de una Memoria presen- tada por el presbítero don José Hipólito Salas: “Nos parece muy digna de leerse la carta de 2 de junio de 1612 , escrita por el padre Luis de Valdivia al provincial Diego de Torres, dando cuenta de las paces ajustadas con la provincia de Catirai, donde (según las expresiones del autor), presentándose aquel venerable após- tol sin otra arma que un crucifijo en medio de parcialidades guerreras, sus dulces palabras de paz y caridad fueron escuchadas como las de un mensajero del gran rey de los cielos y cumplió su promesa de pacificar a la más belicosa nación del universo, sin tirar un tiro, ni tocar las arcas del real erario”. “Memoria sobre el servicio personal de los indígenas y su abolición, leída en la sesión pública de la Universidad de Chile 29 de octubre de 1848 , por el presbítero don José Hipólito Salas”, en Bello (Vol. XXIII, p. 322 ). Este artículo fue publicado en El Araucano , números 958 y 959 , 15 y 22 de diciembre de 1848 . 393 Ferguson ( 2013 , pp. 204 y 209 - 10 ).
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