Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

358 fue el imperio alternativo, con intereses comerciales en la piratería, 336 con un despliegue en los mares propiamente imperial, a tal punto que la idea misma de “mar” a Bello le recuerda a Inglaterra, a su imperio oceánico, y a la inferioridad de la vieja España en su tiempo. 337 En suma, una potencia con Isabel I a la cabeza, quien, como sabemos, también fue una reina alternativa (por no llamarla “bastarda come- diante” como la llamaría la proscriptora del teatro María Estuardo en el drama homónimo de Schiller). 338 Las leyendas que separaban España e Inglaterra eran muchas y se consolidaron durante el siglo XVII. Así, en 1655 Oliver Cromwell aprovechó el odio del pueblo inglés a España para planificar la ex- pedición que invadiría el Caribe, pues se consideraba que España todavía aspiraba a la dantesca “monarquía universal”. 339 Bello tuvo una conciencia acendrada respecto de las implicancias del pode- río de Inglaterra, en particular respecto de las pretensiones de la monarquía española. Entendía que, para esta, “ era preciso asegu- rar —escribe Bello en 1850 — la dominación […] sobre sus dilatadas provincias, mantener numerosos pueblos bajo una tutela eterna, es- conderlos en cierto modo al mundo, defenderlos contra la codicia de naciones emprendedoras, que envidiaban a la España sus exten- sas y opulentas posesiones”. 340 336 Eisenstadt ( 1966 , p. 79 ). 337 En “De la sugestión de los recuerdos”, anota: “Un objeto nos trae a la memoria otros objetos semejantes”. Filosofía del entendimiento, en Bello (Vol. III, p. 315 ). Sostiene Bello que esta asociatividad es la base de la existencia de una lengua o idioma. 338 María Stuardo fue el gran personaje del martirologio geopolítico de la hegemonía española. Ella significaba la legitimidad católico romana enfrentada a la innoble anglicanidad, baja y oportunista. En su Corona trágica , Lope de Vega a esta “no errante lumbre, sino fixa estrella”, la presentaba así: “Una Reina os presento, una constante,/ Invencible muger, muger, y fuerte,/ Cuyo pecho Catolico diamante,/ Con otro de crueldad labró la muerte,/ Una estrella que ya con las de Atlante,/ Piadosas, desde el Sol, lagrimas vierte,/ A quien hizieron vuestros años tiernos/ Elogios tristes, marmoles eternos”. Vega ( 1627 , p. 2 ). 339 Elliott ( 2010 , p. 59 ). 340 Se trababa —dice Bello— de que “la acción moderadora del poder supremo no in- tervenía sino de tarde en tarde. Dos pensamientos presidieron a esta vasta fábrica de gobierno”, que entre otros fines buscaba “[…] establecer garantías contra la deslealtad de los inmediatos agentes de la corona, limitar el campo a su ambición, y contener sus aspiraciones dentro de la órbita legal. Esta suspicacia de la corte amargó los últimos días de Colón, como precipitó después al sepulcro al generoso y magnánimo don Juan de Austria en los Países Bajos. Las victorias de Gonzalo de

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