Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
323 No creía —como el Guizot en el Facundo de Sarmiento—, que había en América dos partidos: “El partido europeo y el partido america- no; éste es el más fuerte”. 273 Y no es que creyera que efectivamente el partido americano era antieuropeo: él mismo, siendo parte afín a los americanos, quería hacerlos entender la importancia de acoger las bondades de la “civilización”. Para ello, asumía muchas veces lenguaje de pirata, como cuando por 1841 escribía en El Araucano a fin de pro- mover la tecnología codificadora francesa, que los pueblos civilizados debían ser vistos como trabajadores de los nuevos, y que, por lo tanto, estos últimos debían aprovecharse de ese esfuerzo ajeno. Había que destrabar la antipatía entre Imperio Español y civiliza- ción europea, y luego reparar el concepto de imperio de la lengua y hacerlo compatible con civilización. Flotaba la idea de que todo im- perio era tiránico. Bello parecía haberse sumado a esa visión en la divulgación que hizo de los Viajes de Humboldt. Comparaba, por una parte, el imperio y, por la otra, la libertad, poniendo como ejemplo de imperio al inca y como ejemplo de libertad a la civilización de los griegos. Dice, en la traducción de Alexander von Humboldt, que: Nada es más difícil que comparar naciones que han ido por diferen- tes caminos hacia la perfección social. Los peruanos y mexicanos no deben juzgarse, según los principios que aplicamos a las histo- rias de aquellas naciones, que forman el objeto de nuestro incesan- te estudio. Tanto se alejan aquellos pueblos de los que habitaron a Grecia y el Lacio, como se asemejan a los etruscos y tibetanos. El gobierno teocrático de los peruanos, al paso que protegía la indus- tria, la construcción de obras públicas y todo lo que puede llamarse civilización general, presentaba obstáculos al vigor e incremento de las facultades individuales. Entre los griegos, al contrario, desde antes de la edad de Pericles, los talentos de los individuos se adelan- taron mucho en sus progresos a los tardíos pasos de la civilización general. El imperio de los Incas puede compararse al grande esta- blecimiento monástico, en que las operaciones de cada miembro estaban sujetas a ciertas reglas, dirigidas al bien de la comunidad. 273 Sarmiento ( 1845 , p. 11 ).
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