Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

31 La revisión (la “relación de méritos”, como se decía en el Siglo de Oro) de un “personaje” parte de la base que aquel no es subsumible en los intereses de su clase sino que, por así decirlo, su perfil excede siempre a esa familia. 30 En el caso de Bello, su peculiaridad social so- bresale en compañía de las costumbres de la familia Bello Dunn, 31 las que chocan apenas pisa tierra chilena. 30 Una de las menciones que Gabriel Salazar hizo de Bello en Mercaderes, empre- sarios y capitalistas , lo presenta como un “conservador y pelucón” que participó junto con los Lastarria, Barros Arana y Sarmiento de una corriente antihispa- noamericana y entreguista a intereses económicos extranjeros, en oposición a Vicuña, sistematizador del “pensamiento económico, social y político de los derrotados en 1830 ”. Salazar ( 2011 , p. 413 ). Este Andrés Bello simplista ha sido producido tanto por lecturas como la de Salazar como la de sus admiradores, que casi siempre han buscado en Bello a un predecesor vago de un conservadurismo inexpugnable. Entre las páginas de Bello hay cientos de pasajes donde se revela el fondo complejo, fuertemente individual, de sus obras, que suelen estar filtra- das por una tonalidad pareja muy propia de Bello. Por ejemplo, hay una carta de Andrés Bello a Manuel Ancízar, fechada en Valparaíso (donde se encontraba de vacaciones), el 13 de febrero de 1854 , en que narra su experiencia con unas teje- doras y el mundo hostil que, cree, se les avecina: “ He tenido un excelente compa- ñero en Alpha, cuya peregrinación me ha divertido mucho; me ha encantado. De propósito le había dejado fuera del susodicho baúl; me acompañó en el birlocho; fue mi solaz en la calurosa siesta de Curacaví y no he leído ninguna otra cosa en Valparaíso, a lo menos impresa, excepto I misteri di Torino, del que no he podido llegar a la mitad. Es indecible el placer con que he recorrido en compañía de Al- pha esos bosques perfumados que me recuerdan tan vivamente los que yo solía atravesar en mi juventud. Alpha ha satisfecho el hambre que tenía de descripcio- nes pintorescas de nuestras escenas tropicales, de nuestros valles y laderas tan variadamente decoradas, de nuestros ríos, de nuestros pueblecitos, de nuestros ranchos. Hasta esas monstruosidades de bulto que V. describe con tanta fidelidad en las iglesias de campo (porque en esta parte andan a la par Nueva Granada y Venezuela), he renovado antiguos conocimientos, y he sentido despertárseme deliciosas asociaciones. Me dolía a veces de que V. las tratase con tanto rigor. Aquel pueblecito (no recuerdo su nombre) de jóvenes y graciosas tejedoras, me ha parecido encantador. Las poblaciones de esa especie es una facción que falta a la fisonomía de Venezuela, y que faltará también dentro de poco a la Nueva Granada. Tanto mejor dirá V. tendremos manufacturas en que multiplicarán, que centuplica- rán los productos, y en la misma proporción los abaratarán. Pero en ese rápido in- cremento industrial va envuelta una gran porción de miseria. En lugar de tejedoras independientes que trabajan chacun pour soi, tendremos cierto número de fábricas a grande escala, que los reducirán a la mendicidad, o a recibir de un capitalista casi siempre extranjero un escaso salario. El país ganará; pero ¿qué es el país, abstraído de sus habitantes? Yo me figuro convertidas en humildes obreras o en otra cosa peor esas honradas tejedorcitas, orgullosas a justo título con el sentimiento de una verdadera independencia en el seno de sus modestos hogares; y mis teorías econó- micas vacilan ¿Ha leído V. un delicioso poemita de Goldsmith The Deserted Village? La peregrinación de Alpha me lo ha hecho recordar muchas veces”. Epistolario II, en Bello (Vol. XXVI, pp. 295 - 6 ). Lo que queda por precisar es cómo fue que el sentimiento del viejo Bello respecto de la producción, el trabajo y el capital —que cautelosamente llamó de socialismo romántico— cayó en saco roto. 31 La familia Bello Dunn en Chile estuvo constituida por los Bello Boyland, es decir, los hijos de su primer matrimonio con la misteriosa Mary Ann Boyland ( 1794 - 1821 )

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