Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

299 a las de las “pequeñas patrias” por sí solas, mutuamente excluyentes, entonces sería difícil disimular un contraste. A este respecto, Juan Poblete ha sostenido que la disputa central no es sobre la lengua, sino sobre la “reproducción cultural de la nación”. 217 Esa es una idea im- portantísima, y es verdad que Bello establece un centro estratégico de operaciones nacional con una serie de aliados propiamente nacio- nales y muchas de sus letras están dedicadas a la nación, a Chile. Sin embargo, lo que sostengo es que el fondo en Bello es transnacional, o sea es imperial, y, en tal sentido, es americano de una manera muy suya, lo que Grínor Rojo expresa cuando dice: “Piensa Bello que bien pudiera ocurrir que lo que entre los hispanoamericanos no llegó a ser posible desde el punto de vista político, llegue a serlo desde el punto de vista cultural”. 218 El romanismo de Bello, su admiración por Virgi- lio, su parentesco espiritual con Dante, su vocación de gramático, veía en toda nación un imperio frustrado, y en el imperio la continuidad de un logro histórico organizativo, resultado de una asociatividad más allá de —y pese a— toda diferencia. En tal sentido, para él, el imperio era el triunfo y a la vez la disolución universal de la nación romana. Carlomagno es el imperio dentro del cual el Cid es la identidad nacio- nal, pero esa identidad nacional irreductiblemente castellana, vincu- lada a la lengua de una región de España, no es enemiga del imperio, como un viejo bárbaro, sino que transforma su fuerza en el vector del imperio. Pensado así, la nación es accidental en el ideario de Bello, ella es un centro de operaciones desde el cual pretende, secundado por sus discípulos, continuar un legado antiquísimo. 217 Poblete, citado en Sánchez ( 2005 , p. 259 ). 218 Rojo ( 2011 , p. 77 ). En mis términos, aquello que Grínor Rojo llama “cultural” hay que precisarlo, para efectos de este trabajo sobre Bello, como un despliegue de gramócrata. Pero es obvio que existió un problema de nacionalismos. Raúl Silva Castro señalará que Antonio Bastres anotó a Bello como chileno en su Literatura Americana , de 1881 ; lo que extrañó a José Martí. Menéndez y Pelayo, con su An- tología de poetas hispanoamericanos , de 1893 , lo cifró entre los venezolanos. Raúl Silva Castro agregaría que, pese a la nostalgia con que Bello escribió de Caracas, “no debe haber sido en exceso viva o imperiosa, pues Bello siguió residiendo en Chile, cual si fuera éste el único ambiente que le era posible desde que, en 1829 , dio el paso más trascendental de su vida. Todo indica que, si no fue chileno de nacimiento, lo fue de voluntad, por decisión propia suya, sostenida a lo largo de más de treinta años, probación muy extensa dentro de la cortedad de la existencia humana”. Silva Castro ( 1965 , p. 14 ).

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=