Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
263 He ya referido las palabras de Bello sobre “la flor que hermosea las ruinas”. La sabiduría, el hecho de saber que se está ante ruinas y no frente a la etapa espléndida, es la definición de historia. 135 Habría que agregar que se trata de algo así como una conciencia alegre de estar ante los despojos, sin esa desesperación de la intentona violenta por restaurar el imperio. En Bello, la historia del dominio español en las Indias había consistido en una estructura imperial semejante a la ro- mana. Ese Imperio Romano hispánico e indiano había naufragado tal como una vez había caído el primero, desmembrándose en una serie de agrupaciones más o menos rivales entre sí. 136 Sin embargo, para Bello, la Ilustración que andaba detrás de los ideales republicanos, tan distinguidos en la emancipación, era una garantía de que no seguiría a aquel naufragio una nueva Edad Media (“babelización”, la llama él), es decir, una nueva dispersión, una nueva incomunicación territorial y espiritual, donde producto de los “neologismos” 137 impera la anarquía de los “embriones de idiomas futuros”, o sea, el escenario del “tene- broso período de la corrupción del latín”. 138 135 Recordemos aquel pasaje de la Decadencia de occidente, en el que Spengler des- cribe a Petrarca recolectando las ruinas del Imperio Romano. Nadie entiende qué hace Petrarca, pues no hace sino recolectar objetos naturales al ojo, esparcidos en el paisaje cotidiano. Pero él ya se ha hecho consciente de la ruina de Roma, y por eso colecciona. Ahí se encuentra, en palabras de Spengler, el origen del coleccio- nismo. Spengler ( 1966 , p. 25 ). 136 Iván Jaksic ha hecho ver este punto. La analogía histórica indicaba que tal como Roma… España. Bello, dice Jaksic, “estaba [en sus Cuadernos de Londres ] concen- trado en estudiar la dinámica de la fragmentación imperial desde una perspectiva filológica, como también en estudiar el papel del idioma en la construcción de nuevas identidades culturales”. Jaksic ( 2001 , p. 79 ). Jaksic piensa que esta analo- gía pudiera ser la “evidencia más clara de la originalidad” de Bello, ibid. , p. 186 . Comentando esta concordancia —que le debo— Grínor Rojo teme que no sea tan así, que este mismo pensamiento se halla en Bolívar, en Miranda “y sepa Dios en cuántos más”, pero agrega que sí lo es “el proyecto identitario” forjado a partir de esta idea. Rojo ( 2011 , p. 77 ). 137 El neologismo y la anfibología eran para Bello los dos extremos que había que evitar. El primero adelgazaba el tejido que es la lengua como texto; el segundo, lo apelmazaba. La anfibología, como se sabe, es “la variedad de significado de las palabras”, y el neologismo, una nueva palabra muchas veces para un significado que tiene la suya. Se cae en ambos extremos por ignorancia de la lengua, por falta de vocabulario, especialmente. 138 Sin embargo, es preciso señalar que el optimismo de Bello le impide incluso proponer una Edad Media literariamente oscura. Los estudios de la poesía me- dieval en Londres permiten a Bello extraer muchas ideas; entre ellas, la pano- rámica todavía desagregada de lenguas hijas del latín que se perfilan para ser las grandes lenguas del futuro (como el español), pero también la valoración
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