Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

26 de la historia. 15 El mundo debía ser gobernado por la escritura –y no por la “sagrada escritura”–, por los textos producidos por la razón (o sea, por ese estado friolento de la reflexión) y no por la razón mis- ma: por cierto estilo. Pero tampoco debía ser gobernado por la mera escritura, más o menos antojadiza, por la grafomanía, sino que por la realidad normativa convergente que emergía de la escritura en letras de molde: no fue Bello un mero grafócrata , un amanuense empodera- do, un escribidor hiperproductivo, como hubo tantos en el siglo XIX. Para decirlo de forma críptica: Bello incumbe más a la gramatología que a la grafología. “Para poner en orden el mundo como únicamen- te puede hacerlo la letra impresa”, 16 escribirá George Steiner. Este 15 La tesis según la cual operarían algo así como unas “leyes de la historia” ha gober- nado buena parte de la historia reciente de Occidente, y aun cuando se proclamó en cierto momento que esa historia legislante llegaba a su fin, lo cierto es que sobrevi- ve, por ejemplo, entre ciertos enfoques evolucionistas. El gran folclorista alemán Johann Gottfried Herder propuso sus ideas sobre la filosofía de la historia ( 1784 - 1791 ), que se parecen no poco a las leyes de la misma, y que en Chile Bello comentó con mucha cautela, refiriéndose a esto incluso en el “Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile” [también citado como: “Discurso de ins- talación”], cuando dijo: “Yo miro, señores, a Herder como a uno de los escritores que han servido más útilmente a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desenvolviendo en ella los designios de la Providencia, y los destinos a que es llamada la especie humana sobre la tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el conocimiento de los hechos, sino ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apreciar su doctrina sino por medio de previos estudios históricos. Sustituir a ellos deducciones y fórmulas, sería presentar a la juventud un esqueleto en vez de un traslado vivo del hombre social; sería darle una colección de aforismos en vez de poner a su vista el panorama móvil, instructivo, pintoresco, de las instituciones, de las costumbres, de las revoluciones, de los grandes pueblos y de los grandes hombres; sería quitar al moralista y al político las convicciones profundas que sólo pueden nacer del conocimiento de los hechos; sería quitar a la experiencia del gé- nero humano el saludable poderío de sus avisos, en la edad, cabalmente que es más susceptible de impresiones durables; sería quitar al poeta una inagotable mina de imágenes y de colores”. “Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile”, en Bello (Vol. XXI, pp. 18 - 9 ). 16 Así se refiere a su personaje, un comunista corrector de pruebas de imprenta. Steiner ( 1993 , p. 15 ). Aquello recuerda a la inscripción del Karl-Marx-Monument: “De su testa no brotaron traslúcidos jazmines, sino letras opacas de hierro y con- creto: ¡Proletariados de todos los países, uníos!” o a los versos de Neruda: “La esperanza que rompe en los jardines/ como la flor del árbol esperado,/ la página grabada de fusiles,/ las letras de la luz, Stalingrado”. “Nuevo canto de amor a Sta- lingrado”, en Neruda ( 2005 , p. 187 ). Pero, aunque Bello reconoce que la imprenta trabaja con la dureza del material y él mismo operó como corrector tipográfico de la palabra de Dios, la escritura misma prefiere “la fecundidad de la reproducción”. Esto distingue a Egipto de Roma y más todavía la modernidad de lo antiguo. Es- cribe: “¿Por qué no subieron en ella [la escritura alfabética] los egipcios a la per- fección de que sólo distaban un paso? [...] No obran en nosotros los motivos que en ellos; no tenemos pirámides, obeliscos, columnas, cubiertos de esculturas, que un alfabeto simplificado haría ilegibles [...] como nuestra escritura [alfabética]

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