Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

255 en una nación independiente, que debe gestarse rechazando su dero- gada membresía imperial. Bello trabaja para este imperio que ya no existe: trabaja para el legado de aquel, la lengua común. En efecto, los funcionarios imperiales trabajan con la lengua. Todo en ellos depende de la capacidad para convencer al poder. Deben co- nocer el arte de la persuasión. Son muchas veces —lo hemos visto— poetas. La lengua y la escritura es para ellos el ingrediente princi- pal. En el caso de Bello, la lengua y la escritura no son solamente sus herramientas de persuasión; son, según él mismo plantea, la única manera efectiva por la cual el imperio sigue, de alguna manera, vivo. La lengua aglutina a las nuevas repúblicas y el naufragio de la lengua común sería la caída final del imperio, la caída de la nueva Babel que es todo imperio, toda organización política (“esa confusa Babel”, de que habla Bello con inaudito desprecio en su poema “Al Biobío”). 119 otros funcionarios Entre los consejeros áulicos de todos los tiempos, Daniel, Dante y Goethe son personajes cuyo enlace con el poder que los protegió fue tenso. Es precisamente con Dante donde observamos otra figura equivalente a Bello en la tradición de la consejería. Debe sumarse el hecho que Dante y Bello son guardianes de la supervivencia de una desproporcionada mezcla de acuerdo y violencia a la que se ha llama- do precisamente imperio. George Santayana calificó a la filosofía jurídica de Dante sobre las ruinas del imperio “sublime y muy original”, pero “inaplicable” por su “extremada idealidad”, en que el patriotismo es al mismo tiempo lo racional. 120 Curiosamente, esta misma crítica puede dirigirse a Bello, a su pa- triotismo americano. No hay nada en ellos de ese espíritu secesio- nista, autonomista, segregador, separatista que se observará en los nacionalismos. Ambos son agentes de un extraño cosmopolitismo. Uno 119 “Al Biobío”, v. 22 , en Bello (Vol. I, p. 298 ). 120 Santayana ( 1943 , pp. 71 - 2 ).