Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
241 al asunto de la sífilis. Era opinión común que la sífilis provenía de América y que había pasado desde España al resto de Europa. La cues- tión era, entonces, que, para defender a América, de alguna forma, debía defender a España de las imputaciones europeas, 87 y a su vez a 87 Al modo de las óperas inacabadas en el siglo XIX, Miguel Luis Amunátegui elabo- ró a partir de las notas londinenses de Bello un artículo intitulado “Origen de la Sífilis”. Según esas notas en 1530 , el médico y poeta italiano Girolamo Fracastoro ( 1478 - 1553 ) publicó un poema titulado Syphilis , en cuyo tercer libro “después de describir el descubrimiento de América, finge que un bello joven americano, llamado Syphilus fue el primero que contrajo tan cruel enfermedad en castigo de negarse a tributar culto al sol”. Amunátegui ( 1981 , pp. 579 y ss). La polémica acerca de la aparición de la sífilis en el mundo era importantísima, tanto para Bello como para muchos médicos, políticos y teólogos antes y después de él, pues conocer el lugar de origen permitiría saber quién se la había transmitido a quién, si América o Europa (Asia y África estaban descartadas inicialmente). En suma, correspondía a una querella de compensaciones mutuas, porque, si Europa la ha- bía traído a América, América nuevamente era víctima y Europa culpable, y si Europa la había traído desde América, entonces para algunos América se merecía sus penurias, pues Europa habría perdido con la enfermedad todo cuanto había ganado al despojar a América y así. En esta segunda hipótesis surgían nuevos líos, porque, si venía desde América, España era la responsable de la entrada de la enfermedad en Europa. Y sería cierto, entonces, que había pasado de Nápoles a Francia durante la invasión de Carlos VIII de Francia y no desde Francia a Italia. Lo que sí estaba claro es que había pasado desde Francia a sus vecinos y desde estos vecinos a sus otros vecinos. Por eso, nos cuenta con humor Amunátegui, había distintos nombres que denotaban culpa. Los napolitanos la llamaban mal francés; los franceses, mal de Nápoles; los alemanes e ingleses, mal francés o viruela francesa; “los flamencos, los holandeses, los portugueses, los moros, los africa- nos, Mal castellano o ‘viruela de España’”; “los indios orientales y los japoneses, mal portugués”, “los pobladores de las costas bañadas por el mediterráneo, mal francés o mal de los cristianos”: “los persas, mal de los turcos; los polacos, mal alemán; los rusos, mal polaco; los españoles, mal de bubas, mal de búas o mal gá- lico”. “Esta diversidad de denominaciones —dice Amunátegui en base a las notas de Bello— indica que los pueblos europeos imputaron por lo general el origen de aquella enfermedad a sus vecinos, o mejor dicho quizás, a sus enemigos”. Entre los muchos escritores, Cornelius de Pauw argumentaba la “inferioridad de la raza americana” como causa de la enfermedad y que “el primer europeo de distinción a que la enfermedad arrebató fue Francisco I”. Bello anotó que, más que enferme- dad contagiosa, parecía una “epidemia”, “una súbita propagación”. Amunátegui sostiene que Bello se dedicó ardientemente al asunto de la sífilis, porque le inte- resaba observar que no era una enfermedad traída desde América, y que se había tratado de una epidemia “de influencias físicas generales”, en las que no estaba necesariamente involucrado el coito, según observaron posteriormente Émile Littré y Charles Robin. En sus Cuadernos de Londres , Bello transcribió muchas explicaciones sobre el morbo gálico, las cuales apuntaban en su mayor parte a América, a Santo Domingo y la española, como algunas a que la resina del guaya- cán era la cura para esta “gangrena”. Bello notaba que, de haber ido desde Améri- ca a España y de España a Nápoles, la sífilis debió haber cundido en Calabria, que era donde fueron las tropas españolas. Concluye Amunátegui sobre los apuntes de Bello: “Importa a mi objeto, dice Bello en los ligeros apuntes que hacía para auxilio de la memoria, manifestar las contradicciones que se echan de ver en los autores que han tratado esta materia”. Así, se echaba un manto de duda sobre la tesis de la culpa española que a su vez reservaba la inocencia para América. Pero había que sacar a España del corazón.
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