Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

224 El concepto de “Cristiandad” ayudaba a esta idea imperial carliana. 45 Esta supuesta unidad cultural se desplegaba y se replegaba histórica- mente. La herencia del imperio iba supuestamente con ella. El Nuevo Mundo fue la perfecta continuidad para su reafirmación histórica. 46 el inicio del imperio español Los ideales imperiales universalistas estuvieron en el corazón del ya referido canciller de Carlos V, el cardenal Mercurino di Gattinara. Por eso, no debe entenderse, desde hoy día, al Imperio Español como un imperio más; como, en los siglos posteriores, lo fueron esa rivalidad colonizadora que llamamos “época de los imperialismos”, en la cual se enfrascaron desde Inglaterra a Rusia, pasando por Bélgica, Francia, Alemania y Holanda. Para algunos, el Imperio Español tenía la ex- clusividad del imperio verdadero, aquel bajo cuya jurisdicción había consentido en morir crucificado Cristo mismo, y a cuyo César el hijo de Dios había reconocido como gobernante legítimo al decir “dar al César lo que es del César”. Como Avignon había querido alguna vez ser la silla de Pedro, España pretendió para sí la actualización del Im- perio Romano, en tanto vindicaba su calidad de “sacro” con las cam- pañas internacionales en contra del protestantismo, ese quiebre en la unidad religiosa católica (universal). En su famoso libro Guerra con España, con su formidable pluma, el escritor y diplomático René de Chateaubriand, 47 recordaba su paso por el Congreso de Verona, reunión en la cual se decidían las acciones 45 Tomado del antiguo inglés “Cristendom”, una traducción libre de “cristianismo universal”, en el texto latino Historia contra los paganos de Paulo Orosio, por un amanuense de la corte de Alfred de Wessex. Ver MacCulloch ( 2012 , p. 543 ). 46 El Imperio Romano de Oriente —específicamente Constantinopla, siempre en guerra—, fue víctima del asedio permanente, como un legado de Troya, ver Crowley ( 2015 , p. 42 ). Para ese cristianismo ortodoxo, la catolicidad era herética. La caída de su imperio oriental hizo reflotar con fuerza el dilema de la “Tercera Roma”, con el que el duque de Moscú quiso heredar legítimamente la sucesión del Imperio Romano de Oriente (y hacer de Moscú la nueva Roma), como también los búlgaros, e incluso Mussolini, en el siglo XX. 47 En su biblioteca, de Chateaubriand conservaba Congrès de Vérone: Guerre d’Es- pagne. Négociations. Colonies espagnoles , como varios otros libros, entre ellos, Atala —muy famoso por entonces— o Las memorias de ultratumba. Ver Rodríguez Monegal ( 1969 , p. 207 ) y Velleman ( 1995 , p. 154 ).

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=