Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

216 vivir en las aguas dominaban el océano Pacífico como si fuese un con- tinente anegado, una gran placenta a la que se entra cuando se nace. El caso de los polinesios —por muy amplios geográficamente que hayan sido sus movimientos— no se considera una forma de imperio, puesto que el imperio no es tanto la migración como el sometimiento. Así, prevenidos por lo dicho, debo aclarar que el concepto de impe- rio será aquí el tradicional para esa voz, al principio. Después iremos viendo cómo Bello reconfiguró, no la palabra, pero sí la función. Además, según veremos ahora, el imperio es también la historia occidental misma. Esa que pasa de Homero a Heródoto, de Virgilio a Dante 23 y Petrarca, y que al llevar la civilización consigo atraía hacia sí incluso las fuerzas contrarias, incorporándolas y, de alguna forma, pre- servándolas. Bello participa de esa tesis según la cual la civilización pre- serva hasta la memoria misma de sus víctimas. Sostendrá que gracias a los “cristianos”, los “araucanos” recuerdan el nombre de sus líderes. 24 Como una vez lo había sido Dante —con quien Bello comparte la calidad de hijo espiritual de Virgilio, y uno que otro verso afín—, 25 Bello 23 Las notas de Bello sobre Dante en los Cuadernos de Londres ( 2017 ) se referían a la historia de la invención del terceto en Storia della letteratura italiana de Girolamo Ti- raboschi (cuaderno I, p. 91 ); a propósito del significado de “comedia” (cuaderno III, p. 158 ); y sobre la influencia de la poesía francesa y provenzal (cuaderno III, p. 170 ). 24 “Los araucanos —escribe Bello prematuramente— no han tenido templos ni sa- cerdotes, ni tributado culto alguno, e ignoro que hayan tenido bardos o trovado- res. Nadie entre ellos sabe ni quiénes eran aquel esforzado Lautaro, aquel sabio Colocolo, aquel impávido Caupolicán, que sólo viven en la memoria y poesía de los cristianos”. “Araucanía y sus habitantes por Ignacio Domeyko. Santiago, 1845 ”, en Bello (Vol. XVIII, p. 799 ). Pero no tuvo Bello siempre la misma apreciación. Celebra, por ejemplo, la publicación de “Historia de la conquista de México por un indio mexicano del siglo XVI”, artículo que publica en el tercer número de El Repertorio Americano , en abril de 1827 . Ver Bello (Vol. XXIII, pp. 67 y ss). Ahí dice: “Esperamos ver presto cumplidos los deseos de los aficionados a la histo- ria y antigüedades americanas con la publicación de varias obras curiosas que existen manuscritas dentro y fuera de América, compuestas muchas de ellas por americanos y aun por individuos de la raza indígena [...], [que] escribieron cuan- do se conservaban todavía frescas las tradiciones de sus mayores, y estaban en pie multitud de monumentos preciosos, que una incuria culpable abandonó a los estragos del tiempo, o que han sido destruidos adrede por los celos de la tiranía, o los escrúpulos de la superstición. […]”. Esta valoración de la importancia del pasado americano y la historia de la conquista vista desde América se enmarca en un ejercicio romántico de sacar a la luz los originales supuestamente bárbaros de ciertas escrituras previamente consideradas inferiores, asunto en el cual Bello ve un signo de civilización. 25 Por ejemplo, al llorar la muerte del arzobispo de Caracas, se refiere a la Iglesia diciendo: “Llore Sión, ¿qué extremo habrá que cuadre/ a su justo dolor? Es hija y madre”. “Octava a la muerte del I. S. O. Francisco Ibarra, arzobispo de Caracas”,

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