Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

212 Amunátegui recuerdan que, según Alexander von Humboldt, al pasar por Caracas y La Habana, “se creía mas cerca de Cádiz i de los Estados Unidos que en ninguna otra parte de las colonias hispano-americanas, a causa de que la civilización había tomado en estas ciudades un as- pecto mas europeo que en otras de sus hermanas”. 20 Quince años más tarde, entre 1844 y 1845 , ya más afirmado en Chile, seguirá recordando su Venecia del trópico, su única patria imperial, única vez donde el “corazón” se “enroló”. Escribe por en- tonces “El proscrito”, uno de aquellos poemas donde habla de otro para así hablar de sí mismo, evitando dar con el “yo”, pero abordán- dolo a veces de forma magistral, simulando que sale de otra boca. Escribe ahí: Véolos otra vez aquellos días, aquellos campos, encantada estancia, templo de las alegres fantasías a que dio culto mi inocente infancia; selvas que el sol no agosta, a que las frías escarchas nunca embotan la fragancia; cielo... ¿más claro acaso?... No, sombrío, nebuloso tal vez... Mas era el mío. Naturaleza da una madre sola, y da una sola patria... En vano, en vano se adopta nueva tierra; no se enrola el corazón más que una vez; la mano ajenos estandartes enarbola; te llama extraña gente ciudadano... ¿Qué importa? ¡No prescriben los derechos del patrio nido en los humanos pechos! ¡Al campo! ¡Al campo! Allí la peregrina planta que, floreciendo en el destierro, suspira por su valle o su colina, simpatiza conmigo; el río, el cerro me engaña un breve instante y me alucina; 20 Gregorio Víctor y Miguel Luis Amunátegui ( 1861 , p. 183 ).

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