Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

18 inspiraron una oda a la vacuna y una pequeña obra de teatro titulada “Venezuela consolada”, verdaderos cantos elegíacos que se combinaron con las danzas y los banquetes que la multitud creyente en los benefi- cios de la ciencia ofreció en gratitud al Rey y al remedio. Pronto la vida que Bello llevaba en Caracas, bajo el poder de un monarca benefactor, se vio empañada. Los acontecimientos europeos se hicieron notar. Napoleón apresó al nuevo rey, Fernando VII, 1 y por toda América española proliferaron juntas de gobierno para sustituir momentáneamente al monarca. Caracas iba a la cabeza. En este ins- tante de los líderes venezolanos, Simón Bolívar se ve en la acuciante cuestión de conseguir apoyo de Gran Bretaña. Viaja a ella el año 1810 y como secretario lo acompaña Andrés Bello. Posteriormente, Bolívar abandona Gran Bretaña para continuar sus luchas en América, y Bello se queda esperando otros encargos de su nuevo amo, como también su salario. Pero los primeros llegan pocos y el segundo casi nunca. Entre tanto, Napoleón se había hecho coronar emperador, había derogado el Sacro Imperio Romano Germánico y salido a conquistar Rusia. Este último paso le jugó en falso y fue finalmente derrotado en Waterloo, allá por 1815 . El rey Fernando VII fue repuesto en su trono y todas las juntas americanas se vieron en aprietos, pues muchas de ellas habían comenzado a disfrutar del reciente orden propuesto —o mejor dicho, predispuesto— por Napoleón. En este contexto, Bello se hacía cada vez más pobre. Vivía en un barrio bajo, como de Charles Dickens, y concurría al abrigo de las es- tufas de la Biblioteca del Museo Británico, en donde comenzó a leer, tomar notas y estudiar de forma autodidacta. Por ese tiempo, ya en el año 1814 , se casó con la humilde Mary Ann Boyland, tuvo con ella tres hijos, y se mantuvo por años consiguiendo trabajos esporádicos 1 El rey Carlos IV cedió al emperador Napoleón “todos sus derechos al trono de España y de las Indias”. Su hijo Fernando VII, prisionero que reza el rosario, monta a caballo y mata el tiempo bordando, solicita a Napoleón que lo adopte como hijo suyo, declarándole: “Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida”. Considérese que Fernando VII no había leído a Hegel, quien escribió de Napoleón “hombre extraordinario, a quien era imposible no admirar”, y que en lo que tanto él como su padre no cedieron fue en no admitir a protestantes ni a infieles en España. Ver Cosca Vayo ( 1842 , p. 242 ) y la célebre carta de Hegel al Caballero de Niethammer, en Buck-Morss ( 2009 , p. 20 ).

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