Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

168 Se aventaja Terencio a todos los otros escritores de la antigüedad (en el arte de conducir la acción), a lo menos juzgando por las obras que han llegado a nuestros días. Él complica la fábula, juntando a veces en uno, dos enredos, y produciendo, por consiguiente, dos intereses, que, sin embargo, no se turban, ni embarazan, porque siempre hay uno dominante; y el poeta sabe sacar partido de esta complicación, presentándonos con agradable verdad bien sosteni- dos caracteres. 210 Esta es la conciencia que tiene Bello del “arte de conducir la acción”, que no se circunscribe a la escena teatral. Su timidez es la propia de un dramaturgo, que hace hablar y no habla directamente él. La idea que se hacía de los dramaturgos latinos, libertos o patricios, es de- cidora. La imagen que Bello se hacía de sí mismo y que proyectaba en los contextos excesivos de la América de su retorno; su actitud paciente, su sabiduría escéptica enemiga del voluntarismo, que se ve a sí misma sólida e imperturbable, clavada como una estaca en mitad de los sobresaltos de pasiones desatadas —ambición e idealismo—, son otras de las circunstancias que lo asimilan al poeta dramático, al Séneca dramaturgo de los terremotos romanos. 211 Bello creía mucho más en el poder que Séneca, por eso no sorprende que su producción de dramatis personae no fuera estampada en los soportes más obvios. No equivale esto a una negación de la realidad o a un silenciamien- to doloso de la misma. Hay que decir sobre Bello algo parecido a lo que Yevgeni Baratynski —poeta ruso de la primera mitad del siglo XIX, olvidado y redescubierto por Anna Ajmátova— dijo con ocasión de la muerte de Goethe: “Y en el cielo lo terrenal no le pondrá con- fuso”, 212 que es una forma de expresar que la perspectiva de lo alto aquieta el ideal terrenal, desde la posición equilátera del dramaturgo, quien observa “un drama en que juegan todas las pasiones, todos los 210 “Compendio de la Historia de la Literatura”, en Bello (Vol. IX, p. 116 ). 211 Bello poseía un valioso tomo de las Tragediae Latine de Séneca (Amstelaedami, 1664 ). Ver Velleman ( 1995 , p. 260 ). 212 Baratynski ( 1966 ).

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